Alejandro Susti
Cual
arácnido silencioso, la nave posó delicadamente sus extremidades sobre la
superficie de la Luna. Minutos después, la cámara mostró cómo, por una oblicua
escalera, descendía el perfil difuso de un astronauta. Blandiendo una bandera
de hojalata, el hombre holló el blando y virgen polvo de la luna y, algunos
metros más allá, procedió a clavar su tosco estandarte bajo el desolado paisaje
de cráteres y estrellas. Luego, brincando a intervalos, se adentró en la
distancia mientras exclamaba una frase absurda y desaparecía poco a poco
empequeñecido por el horizonte. De pronto, desde la Tierra, los televidentes
contemplaron horrorizados cómo la mortecina cara de la luna se abría como una
portentosa mandíbula y se tragaba de un bocado al pequeño astronauta.
Inmediatamente después, la programación cedió paso a un comercial de una pasta
dentífrica.
(Tomado
de www.enfrascopequeno.blogspot.com)
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