José María Méndez
Elena
Estévez –española extremeña– era extraordinariamente elegante, exquisita. Emanaba
efluvios enervantes; evidenciaba energía, espíritu. En escueto elogio:
encantaba. Encontrándola empezaba el embrujo. Esto experimentó Ernesto
Echegoyén, emigrante europeo, exembajador estoniano. Enamorose.
Encontrábase entonces Ernesto en el
Ecuador, en “El Exeter”. Ella emergió en el espejo, esplendorosa, escotada,
envuelta en encajes. Efectivamente estaba en escalera.
Enardecido, exaltado, Ernesto empezó
espetándole exabruptamente escandaloso exordio:
–¡Escaso ejemplar!
Ella, endiabladamente elástica, escapó,
envolviéndolo en enigmático ensueño. Ernesto estaba ebrio, en eclipse, en el
Edén.
Elenita empezó esquivándolo. Empero
enseguida entendiéronse. Escarceos en esquinas. Enternecidas epístolas. Enojos,
explicaciones. Ensueños, éxtasis, etcétera.
Epílogo: enlace.
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