Silvina Ocampo
A Elva y Sammy
Para engañarme me decías siempre la verdad;
para decirte la verdad yo siempre te mentía. Éramos novios. Estudiábamos juntos;
trabajábamos en la misma oficina. Queríamos aprender alemán. Vimos el nombre de
Herminia Langster en el diario: ella quería aprender castellano (con nosotros) y
enseñar en cambio alemán. Era rubia, alta y delgada.
Conversábamos en los
jardines públicos, en las confiterías, en las casas cuando llovía.
Sería inútil negarlo:
te enamoraste de ella por la peluca. Admiraste su cabellera postiza, creyendo que
era natural, pero el día que se le ladeó, ocupándole parte de la frente, o que la
puso en la punta del respaldo de la silla, para alisar su verdadero pelo, porque
creía estar sola, sin que la espiáramos, y que volvió a colocársela con elegancia,
la amaste aún más. Aparentemente era una peluca parecida a todas las pelucas: ni
rojiza para llamar la atención, ni platinada para parecerse a las más atrayentes,
ni negra para ser repugnante; era rubia, discreta e impersonal, con una raya perfecta
en el centro, y algunos rulos que armonizaban con las ondas suaves del conjunto.
Creo que Herminia también
te amaba. ¿Por qué voy a dudarlo? Por lo menos te prefería. Era tan buena que estaba
dispuesta a sacrificar todo por ti, pero tú no le pedías sacrificio alguno, salvo
ser amado, lo que implica de todos modos un sacrificio de ambas partes, porque amar
es sacrificarse, uno lo aprende a lo largo del tiempo.
¿Cuándo y por qué Herminia
comenzó a cambiar de modales? No lo sé. Ni sé tampoco si lo haría para parecer graciosa
o para asombrarnos.
Un día que paseábamos
por el bosque de Palermo me dejó pasmada. Miró en las ramas de un árbol, con insistencia,
una torcaza. No podía seguir nuestra conversación. Sin decir agua va, como un relámpago,
trepó el árbol y trajo la torcaza entre sus manos. Desplumó y mordió bestialmente
al pobre pajarito. Fingiste no advertirlo, para no escandalizarme, probablemente.
Comía como los perros,
pasando la lengua por el plato; bebía el agua de los grifos o de un tazón, nunca
de los vasos. ¡Fue absurdo que un día se nos ocurriera invitarla a cenar con nosotros!
Cuando empezó a caminar
en cuatro patas, a romper los libros, nos fastidió mucho; y cuando nos mordió la
mano y la mejilla a mí me dio asco y a ti te perturbó.
En noches de verano,
clandestinamente, saliste con ella y sospecho que no era para aprender alemán sino
un idioma más complicado: el amor. Volvías maltrecho, con el pelo revuelto y cubierto
de rasguños. Estuve a punto de romper mi compromiso para no verte más, por lo menos
hasta tranquilizar mis nervios, pero no fue necesario.
Sin comunicármelo te
fuiste con ella a la provincia de Tucumán. Supe que habían alquilado una casa en
las sierras. Durante días vagué por los jardines donde habíamos paseado juntos.
Al poco tiempo, en las
noticias policiales, me enteré de un caso de canibalismo en las sierras. Una mujer
mató con un cuchillo a un niño, un panaderito, y lo dio de comer a sus hijos. Simultáneamente
recibí un telegrama tuyo, para que fuera a tu encuentro, en las sierras. Relacioné
las dos noticias y partí en el primer tren.
Tucumán me deslumbró.
Me quedé a dormir una noche en un hotel de la ciudad. El lugar donde vivías, en
las sierras, quedaba bastante retirado. Tuve que tomar otro tren.
Tu casa estaba en un
valle encantador y salvaje. Cuando te vi solo, te pregunté:
–¿Y Herminia? ¿Te libraste
de ella?
Abrazándome, contestaste:
–Me la comí. Si ella
era un animal, es natural que yo la comiera.
Herminia no volvió a
aparecer. Vivimos en un mundo extraño. Me casé contigo, pero a medida que pasa el
tiempo me das miedo, sobre todo desde que dijiste que debo engordar, pues me sienta
mejor, y porque insistes en vivir en un lugar retirado, en plena sierra, sin un
criado siquiera.
Esta carta es para que
sepas que no soy tonta y que no me engañas.
Los hombres se comen
los unos a los otros, como los animales: que lo hagas de un modo físico y real,
no te volverá más culpable ante mis ojos, pero sí ante el mundo, que registrará
el hecho en los diarios como un nuevo caso de canibalismo.
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