Fernando Pessoa
Fue
en Barrow in Furness, que es un puerto en la costa occidental de Inglaterra. Allí,
cierto día, después de un trabajo de arqueo, estaba yo sentado sobre un barril,
en un muelle abandonado. Acababa de escribir un soneto –eslabón de una cadena de
varios– en el que el hecho de estar sentado en ese barril era un elemento de construcción.
Se me aproximó una muchacha, por así decir –alumna, según después supe, del liceo–,
y entró en conversación conmigo. Vio que estaba escribiendo versos y me preguntó,
como en estas ocasiones se acostumbra a preguntar, si yo escribía versos.
Respondí, como en estos casos se responde,
que no.
La tarde, según su obligación tradicional,
caía lenta y suave. La dejé caer.
Es conocida la índole portuguesa y el carácter
propicio de las horas, independientemente de las índoles y de los portugueses. ¿Fue
esto una aventura amorosa? No alcanzo a decirlo. Fue una tarde, en un muelle lejos
de la patria; y hoy es, ciertamente, un recuerdo de oro oscuro. La vida es extremadamente
compleja, y los azares son, a veces, necesarios. El cuento no tiene moral, desde
el principio. El oro oscuro quedó húmedo y la tarde cayó definitivamente.
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