Juan Rodolfo Wilcock
El
asistente social Ilio Collio se encuentra enormemente impedido en el ejercicio de
sus funciones de asistente social porque de las tetillas le sale una especie de
aceite espeso, como de máquina, que normalmente le corre hasta los pies, y eso lo
vuelve muy escurridizo, además de ser una fuente inagotable de manchas grasientas
de las más desagradables e incluso peligrosas, ya que pueden prenderse fuego con
relativa facilidad. Su cuerpo es tan resbaladizo que ya casi no puede caminar y
cada vez que levanta un pie termina tendido a lo largo del pavimento, y así, boca
abajo, se esfuerza por desplazarse aunque sólo sea con las manos, pero todo a lo
que se aferra se le resbala, y a duras penas consigue arrastrarse con los codos
algunos metros más. Su trabajo es resolver los problemas tanto de los individuos
como de las familias, dar consejos, ofrecer consuelo, explicar, remediar, alentar;
pero ¿cómo se hace para ofrecer consuelo, etcétera, en esas condiciones de deslizamiento
permanente? Ha intentado caminar con gruesas botas de goma, pero es lo mismo, el
aceite de las tetillas rebasa de las botas y volvemos al punto de partida; también
ha probado, inútilmente, un tipo de corpiño impermeable para adolescentes. A pesar
de ello debe –es su obligación– ayudar al prójimo. Apenas se cierra la puerta de
un departamento, entre sus paredes comienzan a fermentar los problemas personales
como una horda de perros y de gatos encerrados juntos; desde la calle se oyen los
gritos, los llamados desesperados, los alaridos de las víctimas indefensas aplastadas
por la aplanadora de una vida demasiado compleja para sus modestos intelectos. Y
en el vestíbulo de la planta baja, Ilio Collio, reclamado desde lejos por sus virtudes
asistenciales, tendido en el piso en medio del charco de aceite de sus inagotables
tetillas, busca en vano abrirse paso con ligeras contracciones del abdomen, como
hacen los gusanos: “¡Ya voy, ya voy!” se lo oye gritar, y cuando por fin llega a
la escalera, resbala en los primeros peldaños y cae de nuevo hacia atrás; ya ensució
todo el vestíbulo sin haber ayudado a nadie. Pobre Ilio Collio, se ha impuesto una
tarea imposible.
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