Juan Rodolfo Wilcock
Al lado de Graziella
Link una cerda parecería flaca, un elefantito esbelto, una pelota no lo suficientemente
redonda; pero ella se maquilla con tanto estilo que logra parecer lo que en el fondo,
muy en el fondo, bajo quintales de grasa, es: una mujer. Y ¿por qué no? también
en la superficie, y ¿por qué no?, una mujer hermosa. Sea como fuere está siempre
alegre; las canciones más estúpidas afloran continuamente a sus labios, sus ojitos
destellan, su risa musical repiquetea ante las situaciones más fúnebres, más luctuosas.
Actúa, más por placer que por dinero, en el teatro de variedades. Como no puede
caminar, sólo mantenerse en equilibrio sobre dos piecitos desproporcionadamente
pequeños, cuatro jóvenes la llevan en vilo hasta el escenario; ella saluda dándose
tres golpecitos con un abanico sobre el pecho circular, y canta. Risueña gorjea,
contenida desvaría, radiante se exalta:
¡Cu-cú,
cu-cú
mi amor eres tú,
pícaro Barbazul,
cu-cú, cu-cú!
Desde que se quedó
completamente calva usa una peluca refulgente; vista desde la platea, su cabeza
asoma sobre su cuerpo como un sol que se pone tras una montaña, o más bien como
una aurora. De ella emana tanto calor que las lamparitas del escenario se derriten.
Al final el público siempre le pide un strip-tease, y ella lo hace: con premeditación,
lleva un vestido adecuado, le basta dar un tironcito a un bretel y todo cae. Los
aullidos aclaman la redondez emergente, el calor de ese cuerpo anaranjado como un
sol de verano provoca desmayos en los espectadores de las primeras filas, los custodios
del pudor no tienen nada de qué quejarse, porque nada puede haber de impúdico en
una esfera, en una naranja, por más desnuda que esté. Ella, mientras tanto, sin
dejar de sonreír y de tirar besos, con brevísimos movimientos de los pies, comienza
a girar y trina:
De
la comunión de los santos
sólo a San Pedro venero:
ya me vieron por delante
ahora véanme el trasero.
El hecho es que de
espaldas emite aun más calor que de frente, a tal punto que los jóvenes que la asisten
en escena deben acudir con una sábana mojada y envolverla rápidamente, por temor
cuanto menos a un incendio. Graziella Link se deja envolver y trasladar fuera del
escenario, y a lo lejos todavía resuenan sus gorjeos dementes, sus escalas idiotas,
sus coplas imbéciles. En ella vence la redondez, triunfa la gordura; sin embargo
dicen que prefiere los cortejantes minúsculos.
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