lunes, 14 de marzo de 2022

El tren

Manuel Mejía Vallejo

 

–¡Qué animal poderoso, qué animal! –dice el viejo, día tras día, sobre el cerro que domina la gran curva de la carrilera y un trecho de río bravo.

–¡Ese río! –me ha dicho, señalando la caída abismal–, siglos y siglos dándole a la tierra, un día de estos la parte en dos. ¡Fíjese cómo va de hondo!

Resuenan las aguas contra el roquerío, ahora el resonar se confunde con el chaque-chac-chaque del tren, que asoma por un repecho de la cordillera.

–¡Véale la trompa, cómo resuella y echa humo! –se solaza el viejo, a medida que el tren se deja ver entero. Y con preocupación:

–¿No lo nota cansado? Sí, últimamente camina distinto el tren, ¡chaque-chac-chaque!

Señala con ademán vago, más o menos circular, incómodamente.

–A veces sueño que soy tren, siento miedo al pasar aquel puente sobre el río. A veces amanezco cansado, ¡es dura la vida de un tren, se lo digo!

Resuella, casi habría humo y chispas en el viejo, vuelve a levantarse.

–Véalo, precisamente debajo de nosotros, las rocas tiemblan. Pasa bravo, pasa cansado y bravo el tren. Se lo digo yo, que he sido tren estos últimos cincuenta años.

 

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