Kan Pao
Ts’in
Kiu-Po, natural de Lang-Ya, tenía sesenta años. Una noche, al volver de la
taberna, pasaba delante del templo de P’on-chan, cuando vio a sus dos nietos
salir a su encuentro. Lo ayudaron a andar durante un centenar de pasos, luego
lo asieron del cuello y lo derribaron.
–¡Viejo esclavo –gritaron al unísono–, el
otro día nos vapuleaste, hoy te vamos a matar!
El anciano recordó que, en efecto, días
atrás había maltratado a sus nietos. Se fingió muerto y sus nietos lo
abandonaron en la calle. Cuando llegó a su casa quiso castigar a los muchachos,
pero éstos, con la frente inclinada hasta el suelo, le imploraron:
–Somos tus nietos, ¿cómo íbamos a cometer
semejante barbaridad? Han debido ser los demonios. Te suplicamos que hagas una
prueba.
El abuelo se dejó convencer por sus
súplicas.
Unos días después, fingiendo estar
borracho, fue a los alrededores del templo y de nuevo vio venir a sus nietos,
que lo ayudaron a andar. Él los agarró fuertemente, los inmovilizó y se llevó a
su casa a aquellos dos demonios en figura humana. Les aherrojó el pecho y la
espalda y los encadenó al patio, pero desaparecieron durante la noche y él
lamentó vivamente no haberlos matado.
Pasó un mes. El viejo volvió a fingir
estar borracho y salió a la aventura, después de haber escondido su puñal en el
pecho, sin que su familia lo supiera. Era ya muy avanzada la noche y aún no
había vuelto a su casa. Sus nietos temieron que los demonios lo estuviesen
atormentando y salieron a buscarlo.
Él los vio venir y apuñaló a uno y a otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario