Alberto Moravia
Luego
me arrodillé y, tomando el pie en el regazo, como hacen los zapateros, le quité
los zapatos y los calcetines y le besé los pies. Había comenzado con orden y
sin prisa, pero conforme iba quitándole las prendas crecía en mí no sabía qué
furor de humildad y adoración. Quizá era el mismo sentimiento que experimentaba
a veces posternándome a rezar; pero era la primera vez que lo sentía por un
hombre; y era feliz comprendiendo que era amor verdadero, alejado de toda
sensualidad y de todo vicio.
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