miércoles, 16 de marzo de 2022

La pesca milagrosa

Manuel Mejía Vallejo

 

–¿Qué vas a hacer? –preguntaron a Roberto en la plaza de Balandú, frío y sol en su sueño.

–Voy a pescar –respondió ajustando sus aparejos.

–¿Dónde?

–En la fuente.

De bronce la fuente caedora sobre el pequeño charco limpio, diez centímetros de profundidad en piedra labrada, con lama de años retenidos.

–¿Pescar, allí?

Lo querían, se burlaron, pero lo respetaban: Roberto inventaba la vida, le sobaba sus mejores flancos.

–Aquí –dijo, y tiró el anzuelo.

Se reunieron muchos para seguirle la corriente, echando risas y bromas al aire quieto. Pero Roberto no miró la extrañeza ni la burla del pueblo, y arrojó el anzuelo en sereno desparpajo. Sonreían. Él miraba el agua pequeña de la fuente.

–¡Una trucha! –exclamaron muchas voces al tiempo, cuando vieron brincar la trucha al extremo de la caña encordada. Roberto recuperó la cuerda, despegó el pez cuidadosamente.

–Dos libras y media, si acaso –dijo y lo devolvió con suavidad al agua.

El pez y él desaparecieron: uno por el agua sin profundidad, el otro calle arriba, silencioso y lento.

 

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