Ricardo Güiraldes
Una cocina de peones: fogón
de campana, paredes negreadas de humo, piso de ladrillos, unos cuantos bancos, leña
en un rincón.
Dando
la espalda al fogón matea un viejo con la pava entre los pies chuecos que se desconfían
como jugando a las escondidas.
Entra
un muchacho lampiño, con paso seguro y el hilo de un estilo silbándole en los labios.
Pablo
Sosa.- Güen día, Don Nemesio.
Don
Nemesio.- Hm.
Pablo.-
¿Stá caliente el agua?
Don
Nemesio.- M… hm…
Pablo.-
¡Stá güeno!
El
muchacho llena un mate en la yerbera, le echa agua cuidadosamente a lo largo de
la bombilla, y va hacia la puerta, por donde escupe para afuera los buches de su
primer cebadura.
Pablo
(Desde la puerta.).- ¿Sabe que
está lindo el día pa ensillar y juirse al pueblo? Ganitas me están dando de pedirle
la baja al patrón. Mirá qué día de fiesta p’al pobre, arrancar biznaga’ e’ el monte
en día Domingo ¿No será pecar contra de Dios?
Don
Nemesio.- ¿M… hm?
Pablo.-
¿No ve la zanja, don? ¡Cuidao no se comprometa con tanta charla!
“Quejarse
no es güen cristiano y pa nada sirve. A la suerte amarga yo le juego risa, y en
teniendo un güen compañero pa repartir soledades, soy capaz de creerme de baile.
¿Ne así? ¡Vea! Cuando era boyero e muchacho, solía pasarme de vicio entre los maizales,
sin necesidá de dir pa las casas. ¡Tenía un cuzquito de zalamero! Con él me floreaba
a gusto, porque no sabiendo más que mover la cola, no había caso de que me dijera
como mamá: -”Andá buscate un pedazo e galleta, ansina te enllenas bien la boca y
asujetas el bolaceo”; ni tampoco de que me sacara como tata, zapateando de apurao,
pa cuerpiarle al lonjazo.
“El
hombre, amigo, cuando eh’ alegre y bien pensao, no tiene por qué hacerse cimarrón
y andarle juyendo ala gente. ¿No le parece, don?”
Don
Nemesio.- M… hm…
Pablo
acobardado toma la pava y se retira hacia afuera a concluir su cebadura, rezongando
entre dientes lo suficientemente fuerte para ser oído:
–Viejo
indino y descomedido pa tratar con la gente… te abriría la boca a cuchillo como
a los mates.
Don
Nemesio, invariablemente chueco ante el vacío que dejó la pava, sonríe para él mismo,
con sonsonete de duda:
–¿M…
h?
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