Silvina Ocampo
Este sótano que en invierno es excesivamente
frío, en verano es un Edén. En la puerta cancel, arriba, algunas personas se asoman
a tomar fresco durante los días más cruentos de enero y ensucian el piso. Ninguna
ventana deja pasar la luz ni el horrible calor del día. Tengo un espejo grande y
un sofá o cama turca que me regaló un cliente millonario y cuatro colchas que fui
adquiriendo poco a poco, de otros sinvergüenzas. En baldes, que me presta el portero
de la casa vecina, traigo por las mañanas agua para lavarme la cara y las manos.
Soy aseada. Tengo una percha, para colgar mis vestidos detrás de un cortinaje, y
una repisa para el candelero. No hay luz eléctrica ni agua. Mi mesa de luz es una
silla, y mi silla un almohadón de terciopelo. Uno de mis clientes, el más jovencito,
me trajo de la casa de su abuela retazos de cortinas antiguas, con las que adorno
las paredes, con figuritas que recorto de las revistas. La señora de arriba, me
da el almuerzo; con lo que guardo en mis bolsillos y algunos caramelos, me desayuno.
Tener que convivir con ratones, me pareció en el primer momento el único defecto
de este sótano, donde no pago alquiler. Ahora advierto que estos animales no son
tan terribles: son discretos. En resumidas cuentas son preferibles a las moscas,
que abundan tanto en las casas más lujosas de Buenos Aires, donde me regalaban restos
de comida, cuando yo tenía once años. Mientras están los clientes, no aparecen:
reconocen la diferencia que hay entre un silencio y otro; surgen en cuanto me quedo
sola, en medio de cualquier bullicio; pasan corriendo, se detienen un instante y
me miran de reojo, como si adivinaran lo que pienso de ellos. A veces comen un trozo
de queso o de pan, que quedó en el suelo. No me tienen miedo, ni yo a ellos. Lo
malo es que no puedo almacenar provisiones, porque las comen antes de que yo las
pruebe. Hay personas malintencionadas que se alegran de esta circunstancia y que
me llaman Fermina, la de los ratones. Yo no quiero darles el gusto y no les pediré
prestadas las trampas para exterminarlos. Vivo con ellos. Los reconozco y los bauticé
con nombres de actores de cinematógrafo. Uno, el más viejo, se llama Carlitos Chaplin,
otro Gregory Peck, otro Marlon Brando, otro Duilio Marzio; otro que es juguetón,
Daniel Gellin, otro Yul Brinner, y una hembrita, Gina Lollobrigida, y otra Sofía
Loren. Es extraño cómo estos animalitos se han apoderado del sótano donde tal vez
vivieron antes que yo. Hasta las manchas de humedad adquirieron formas de ratones;
todas son oscuras y un poco alargadas, con dos orejitas y una cola larga, en punta.
Cuando nadie me ve, guardo comida para ellos, en uno de los platitos que me regaló
el señor de la casa de enfrente. No quiero que me abandonen y si viene a visitarme
el vecino y quiere exterminarlos con trampas o con un gato, haré un escándalo del
que se arrepentirá toda su vida. La demolición de esta casa está anunciada, pero
yo no me iré de aquí hasta que me muera. Arriba preparan baúles y canastos y sin
cesar hacen paquetes. Frente a la puerta de calle hay camiones de mudanza, pero
yo paso junto a ellos, como si no los viera. Nunca pedí ni cinco centavos a esos
señores. Me espían todo el día y creen que estoy con clientes, porque hablo conmigo
misma, para disgustarlos; porque me tienen rabia, me encerraron con llave; porque
les tengo rabia, no les pido que abran la puerta. Desde hace dos días suceden cosas
muy raras con los ratones: uno me trajo un anillo, otro una pulsera, y otro, el
más astuto, un collar. En el primer momento no podía creerlo y nadie me creerá.
Soy feliz. ¡Qué importa que sea un sueño! Tengo sed: bebo mi sudor. Tengo hambre:
muerdo mis dedos y mi pelo. No vendrá la policía a buscarme. No me exigirán el certificado
de salud, ni de buena conducta. El techo se está desmoronando, caen hojitas de pasto:
será la demolición que empieza. Oigo gritos y ninguno contiene mi nombre. Los ratones
tienen miedo. ¡Pobrecitos! No saben, no comprenden lo que es el mundo. No conocen
la felicidad de la venganza. Me miro en un espejito: desde que aprendí a mirarme
en los espejos, nunca me vi tan linda.
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