Slawomir Mrozek
Ya iba a dormirme, cuando detrás
de la pared resonó un fuerte golpe.
–Eso es, ahora
comienza –pensé–. Igual que en aquella anécdota. El vecino se quitó el zapato y
lo dejó caer al suelo. Ahora no dormiré, mientras no se quite el otro zapato; quién
sabe cuánto tardara.
Qué alivio:
en seguida llegó el otro golpe. Ya iba a dormirme, cuando detrás de la pared se
oyó el tercer ruido, sordo, y me privó del sueño.
No lo esperaba.
¿Mi vecino tendría tres pies? Imposible. Luego, ¿se puso de nuevo un zapato y se
lo quitó otra vez? Es poco probable. Tal vez tenga dos vecinos.
Y empezó mi
tormento, exactamente como lo había previsto. Lo único que me permitía resistir
era la certeza de que tendría que quitarse el otro zapato en algún momento. Sin
embargo, la noche pasaba, y el segundo, es decir, el cuarto ruido no llegaba y no
llegaba.
No pegué el
ojo en toda la noche y por la mañana bajé a desayunar completamente agotado. Me
encontré con mi vecino. Yo buscaba con los ojos al otro, pero no estaba. Debía de
haberse quedado dormido borracho y todavía dormía con un zapato.
–¿En su cuarto
hay ratones? –me preguntó el vecino–. Porque en el mío, sí. Rascaban tanto que tuve
que arrojar un zapato para que dejaran de hacerlo.
Desde aquel
momento dejé de pensar lógicamente. Un tonto ratón es más fuerte que toda la lógica,
y la lógica sólo provoca insomnio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario