lunes, 25 de julio de 2022

Noche en el hotel

Slawomir Mrozek

 

Ya iba a dormirme, cuando detrás de la pared resonó un fuerte golpe.

–Eso es, ahora comienza –pensé–. Igual que en aquella anécdota. El vecino se quitó el zapato y lo dejó caer al suelo. Ahora no dormiré, mientras no se quite el otro zapato; quién sabe cuánto tardara.

Qué alivio: en seguida llegó el otro golpe. Ya iba a dormirme, cuando detrás de la pared se oyó el tercer ruido, sordo, y me privó del sueño.

No lo esperaba. ¿Mi vecino tendría tres pies? Imposible. Luego, ¿se puso de nuevo un zapato y se lo quitó otra vez? Es poco probable. Tal vez tenga dos vecinos.

Y empezó mi tormento, exactamente como lo había previsto. Lo único que me permitía resistir era la certeza de que tendría que quitarse el otro zapato en algún momento. Sin embargo, la noche pasaba, y el segundo, es decir, el cuarto ruido no llegaba y no llegaba.

No pegué el ojo en toda la noche y por la mañana bajé a desayunar completamente agotado. Me encontré con mi vecino. Yo buscaba con los ojos al otro, pero no estaba. Debía de haberse quedado dormido borracho y todavía dormía con un zapato.

–¿En su cuarto hay ratones? –me preguntó el vecino–. Porque en el mío, sí. Rascaban tanto que tuve que arrojar un zapato para que dejaran de hacerlo.

Desde aquel momento dejé de pensar lógicamente. Un tonto ratón es más fuerte que toda la lógica, y la lógica sólo provoca insomnio.

 

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