martes, 26 de julio de 2022

El poder

Slawomir Mrozek

 

Largo tiempo duró el dominio del Dictador, hasta que al fin se colmó la medida. Al frente del descontento popular estaba un joven y ambicioso general, comandante de una guarnición de provincia. A marchas forzadas llegó a la capital, a la cabeza de los destacamentos bajo su mando, y cercó el palacio presidencial. Los guardaespaldas del Dictador resistieron hasta el fin, pero la victoria de la revolución era inevitable. Después de un breve sitio, los destacamentos sublevados se lanzaron al ataque e irrumpieron en el palacio. Mientras daban los golpes de gracia a los últimos pretorianos, el General, unos oficiales y un corresponsal de prensa extranjera se dirigieron al gabinete privado del Dictador. Era un búnker subterráneo en el centro mismo del palacio, el más secreto de los lugares secretos, rodeado de leyenda. Nadie, excepto el Dictador, tenía acceso; se decía que allí se encontraban todo el tesoro del Estado y todos los documentos importantes concernientes a las políticas interior y exterior.

La puerta blindada estaba entreabierta. Detrás de un enorme escritorio dorado de caoba, en la silla imperial, estaba sentado el Dictador, con la frente sobre la tabla. Frente a él, sobre el escritorio, que fuera de eso estaba completamente vacío, yacían el revólver y la llave. El búnker no tenía ningún otro mueble, excepto el escritorio y la silla. En cambio, desde el suelo hasta el techo, estaba repleto de cajas de cartón. Rompieron con bayonetas la primera, al azar, y después, cada vez más impacientes, las siguientes, una tras otra, hasta la última. Pero todas contenían lo mismo: el pequeño Ratón Miguelito de plástico de pacotilla, en una enorme cantidad de ejemplares, montones, avalanchas y aludes del Ratón Miguelito cayeron de las cajas de cartón y los rodearon por todos lados, hasta las rodillas.

–¡Es una revelación! –gritó el corresponsal extranjero–. En seguida telegrafiaré: “Un descubrimiento sensacional en el palacio del Presidente”. O no, tengo un título mejor: “¡El secreto del poder revelado!”

–Me parece que no lo hará –dijo el General, y él mismo le pegó un tiro al corresponsal. Después tomó la llave de la mesa, salió del lugar con sus guardias, cerró la puerta exterior y guardó la llave en el bolsillo. Luego dio órdenes de que fusilaran a los guardias de inmediato, antes de que pudieran decirle nada a nadie.

La alegría por la caída del Dictador era total. El General, proclamado por unanimidad Presidente de la República, empezó a gobernar. La libre prensa, renacida bajo su culto mecenazgo, anunciaba el florecimiento del estado renovado, la llegada de la era del bienestar y de la creciente importancia de la nación en la escena internacional. La garantía del éxito eran las enormes riquezas y los documentos de extraordinaria importancia encontrados en el palacio presidencial. Además, ahora iban a servir no a una dictadura egoísta, sino al pueblo y a los intereses de toda la nación.

 

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