Slawomir Mrozek
Llegué a un conocido lugar de descanso
situado en las montañas, a orillas de un lago. Me esperaban merecidas vacaciones,
luego decidí que esas vacaciones las pasaría en condiciones excelentes en todos
los aspectos y no tenía la intención de ahorrar. Por desgracia, todos los cuartos
en los hoteles de primera estaban ocupados y, como no tardé en comprobar, también
en los hoteles de segunda. Al renunciar, primero al lujo y después incluso a la
comodidad, entraba a los hoteles de tercera, pero sólo para oír en todos lados la
misma respuesta: no hay.
Finalmente entré a un
hotel que hasta entonces había excluido porque me parecía poco alentador, pero que
en este momento era el único que me quedaba. El recepcionista estudió largo tiempo
su libro y dijo:
–En esencia, no hay.
–¿Qué quiere decir:
en esencia?
–Quiere decir que no
hay cuartos ordinarios. Tenemos sólo un cuarto con una vista hermosa.
–¡Excelente! ¿Por qué
no me lo dijo antes?
–Porque este cuarto
tiene una vista extraordinariamente hermosa.
–¡Tanto mejor!
–La vista es tan extraordinariamente
hermosa que el cuarto cuesta mucho.
–¿Cuánto?
Dijo un precio realmente
alto, en especial tratándose de un hotel de cuarta. Naturalmente, acepté, sin vacilar.
–Se paga por adelantado.
No me extrañó, ya que
los hoteles de baja categoría que tienen clientes de baja categoría ponen a veces
esta condición. Que nadie me acompañara a mi cuarto ni me ayudara a cargar mi maleta,
tampoco dejaba de ser normal. Recogí la llave y sólo al final del corredor encontré
el número. Sin prestar atención al interior miserable, porque no esperaba nada mejor,
fui de inmediato a la ventana y abrí la cortina. Apareció un patio oscuro, una pared
enfrente de la ventana y unos cubos para la basura.
Corrí a la recepción,
–¡Quiero hablar ahora
mismo con el dueño!
–Yo soy el dueño.
–¿Esa era la hermosa
vista? No sólo el cuarto está en la planta baja, no sólo del lado del patio; además,
esa basura.
–¿A dónde miró usted?
–¡Cómo que a dónde!
¡Por la ventana!
–Permítame acompañarlo.
Lo seguí hasta el cuarto.
Pero, en lugar de acercarse a la ventana, se detuvo frente al espejo, al que yo
no había prestado atención. Un espejo grande, en el que los dos nos reflejábamos
de pies a cabeza. Se apartó, y en el espejo quedó solamente mi reflejo.
–¿No es una vista hermosa?
–preguntó.
–¡Exijo que me devuelva
mi dinero!
–Usted es el primero
que se queja.
–¡Y lo voy a demandar!
–Y perderá el proceso.
Porque yo atestiguaré que su vista es la más hermosa del mundo y nadie me probará
que pienso de otro modo. Y si usted tiene otra opinión, es su problema. Y por cierto
que me extraña: ¿qué puede haber más hermoso que usted?
Tenía razón.
–Está bien, me quedo
–dije.
No hay comentarios:
Publicar un comentario