Slawomir Mrozek
Al término del comunismo impío nuestra
parroquia recuperó su propiedad. Era una casa de obra, de dos pisos, construida
años atrás con donativos de los feligreses. Tenía una sala de reuniones y numerosas
estancias, y se habían organizado en ella distintas juergas parroquiales. Pero después,
el Partido se la quitó a la parroquia e instaló en ella la sede de su Comité. Ahora
la casa iba a convertirse de nuevo en la Casa Parroquial.
Pero primero era necesario
rociarla con agua bendita para purificarla de los miasmas comunistas. El encargado
de rociar fue el señor obispo en persona, que se desplazó expresamente para la ceremonia.
Ya con las primeras gotas, algo dio un chillido bajo el suelo y el materialismo
dialéctico salió corriendo de un agujero, saltó por la ventana al jardín y se escondió
entre la maleza. Tras él, Dzierzynski, que se ocultaba en la estufa, huyó a través
de la chimenea y del tejado hacia el bosque.
–¡Mójenlo con la cubeta!
–gritó alguien de la multitud, al parecer un católico de poca monta, pues no sabía
que no se puede usar más que hisopos, de ninguna manera mangueras, aunque no faltaban
en el parque de bomberos y aunque con su ayuda la cosa hubiera sido mucho más rápida.
Después de Dzierzynski
sólo salió de los rincones basura de menor categoría, como Bierut o Gottwald, pero
había tal cantidad que empezó a faltar agua bendita y ya nos veíamos enviando un
carro con un barril a la parroquia vecina. Pero no aparecía ningún fantasma mayor,
lo cual alarmó al señor obispo.
–En algún rincón tienen
que estar, bajemos al sótano.
Entonces se dejó oír
un grito:
–¡No rocíen! ¡Ya salgo!
Y en la puerta apareció
Engels con un pañuelo blanco atado a un palo.
–Me rindo –dijo.
–Vale –contestó el obispo–.
¿Y dónde está míster Marx?
Pero antes de que Engels
tuviera tiempo de responder, temblaron los muros y comenzó a caer el revoque del
techo. La gente se abalanzó hacia la puerta, y un momento más tarde el edificio
se hundió.
Ahora hay quien dice
que Marx también quería rendirse, pero que al salir del sótano tropezó sin querer
con el marco de la puerta. Otros sostienen que sacudió los fundamentos expresamente,
tomando ejemplo del bíblico Sansón; lo que no puede descartarse, ya que seguro que
conocía la Biblia.
Tanto si fue una cosa
como la otra, debe reconocerse que fuerza no le faltaba.
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