Melba Alfaro
Paso ante la lápida
esperando que me oigas, mas el cementerio está sordo y me es ajeno. No
encuentro en él rastros del aire que tenías o de los sueños que, al menos,
dejaras.
En el aturdimiento busco mezclarme entre mochilas
multicolores, semáforos y pasos apresurados. –Te siento fuera del sepulcro.
Cruzo frente a la iglesia. Las campanas, cada vez
más agudas, provocan que las lágrimas desanden, regresen –más allá de la
conciencia– al fondo de los remordimientos, a ese dolor hondo que hace tomar el
aire a bocanadas, mientras el viento hiela las orejas y penetra resquicios del
abrigo.
Si hace tan sólo una semana tú y yo compartimos
el sol aporreado en los pilares de la envejecida casona y reñimos junto al
grueso tronco del tamarindo.
–¿Me acompañas? Hoy el laurel del campanario está
muy verde y me quema el frío.
Nos presentaron en otras circunstancias –recordarás–
las de tu desparpajo ante la vida… ¡la vida! Y fuimos amigos y hablamos de tu
piel y las osadías de la naturaleza, de las hazañas de las hormonas, de
nuestras alegres justicias e injusticias llorosas, de competencias y alianza,
de chicos y de chicas, y fuimos amantes.
Quisiera poder retroceder a las carretas y
tinajas, a –¿recuerdas?– los primeros paseos en bicicleta hasta los cenotes del
barrio y querría también olvidar la ponzoña que depositamos uno en el otro,
hasta rugir como felinos acorralados, rabiosos que roen la vivencia y desean su
exterminio.
–¿Me acompañas? –Paso ante camiones y pórticos.
Circulan camisas a rayas, autos azules, letreros que deliran. Divago por la
gente con sombras tras la sombra de las gafas, porque te dije que gente como tú
no debería existir, que era mejor que murieras.
Hace ocho días apenas, vestido de blanco, lejos
de los pilares de la casona, miraste de reojo y con tristeza nuestra marcha, y
yo de verde, toda verde, temerosa, deseé acabara la existencia. Tenías la misma
convicción, así de grande el daño entre nosotros. Sin pronosticarme tus
acciones fuiste hasta la soga para hacer de ti el cuerpo colgante que me
trajeron como noticia unos labios.
–¿Me acompañas? –Duele. No podía saber. Es el
tiempo de la ausencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario