Cristina Peri Rossi
Una vez por semana, los
verdugos cabalgan sobre sus víctimas. No siempre es el mismo día, de lo
contrario la cabalgata perdería el elemento de sorpresa que constituye uno de
sus mayores atractivos; el día es elegido al azar, del mismo modo que la
cabalgadura.
El ejercicio
de equitación se realiza en la escalera que conduce de la primera planta de la
prisión a la segunda, y en dirección ascendente. El día señalado, los verdugos
irrumpen sorpresivamente en la celda de los prisioneros, eligen a aquellos que
han de cabalgar, y de inmediato les colocan las capuchas negras, a fin de que
no reconozcan el territorio ni los accidentes de la prueba.
Los
prisioneros, empujados por sus jinetes, son conducidos hasta el borde de la
escalera, y sus cabezas, bajo las capuchas, se sacuden y agitan como los
caballos en la pista.
Debemos
reconocer que el lugar elegido para la prueba es muy adecuado: la escalera es
angosta y sombría, de cemento; los peldaños están muy distantes entre sí y lo
suficientemente gastados como para que la cabalgadura, ciega, trastabille al
apoyar el brazo.
Los jinetes
montan a hombros de sus víctimas y si alguno resbala, la cabalgadura es
duramente castigada: hay que procurar mantener el equilibrio, encajar con
precisión las botas de los jinetes bajo las axilas y evitar cualquier clase de
vacilación.
Una vez en
fila, las cabalgaduras deben iniciar la ascensión.
Los jinetes
azuzan a sus víctimas con el látigo, profieren amenazas y disputan el primer
lugar, pero los obstáculos son muy numerosos y desconocidos, la ascensión se
torna muy difícil.
Muchas
cabalgaduras caen, otras chocan entre sí, se escuchan gritos y estertores;
aquellos que consiguen subir los primeros peldaños ignoran cuántos faltan, la
inclinación de la pista y la índole de los próximos obstáculos. Sucios,
manchados de sangre, con los dientes quebrados consiguen reptar la escalera,
pero no tienen ninguna certeza acerca del próximo paso.
Aquellos prisioneros que no han sido elegidos para esta
prueba tienen, sin embargo, la obligación de animar a las cabalgaduras, y son
invitados a ello por severos oficiales que presencian el ejercicio.
El jinete
ganador obtiene un trofeo otorgado por el capitán, y la cabalgadura recibe un
terrón de azúcar como premio.
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