José Joaquín López
Conocí a Miguel cuando tenía 10 años, él era unos pocos
meses más grande que yo y vivía a unas cuantas casas de la mía. En las vacaciones
del año en que nos conocimos solíamos ir al parque de la colonia a jugar fútbol
todos los días, por la tarde. Regresábamos a casa cuando ya estaba oscureciendo.
Al regresar a clases ya no pudimos jugar todas las tardes, hasta el descanso de
semana santa. Un martes santo recuerdo que me dijo por primera vez que le parecía
que todo era mejor antes, durante las pasadas vacaciones. La otra semana regresamos
a clases y ya no vamos a poder jugar, me dijo cuando regresábamos a casa.
Cuando nos hicimos adolescentes dejamos
de jugar fútbol tan seguido y platicábamos a veces en la calle, sobre videojuegos
y películas. Le gustaban las películas de terror y los juegos arcade. Antes los juegos eran más ingeniosos, ahora todo
es demasiado real, ¿para qué quiere uno más realidad?, decía. Miguel pensaba que
le hubiera gustado vivir en los 80’s y que la música de ese tiempo era la mejor
de todos los tiempos. Me compartió algunos enlaces de internet a música y videos,
pero la verdad, aparte de un par de canciones, a mí no me gustaban mucho.
Se mudó de colonia antes de graduarse
de bachillerato. Al despedirse me dijo que las primeras vacaciones, cuando jugábamos
fútbol todas las tardes en el parque sin pensar en nada más, habían sido las mejores
de su vida, y no creía que algo lo pudiera superar. Imprimió un par de fotos que
nos habíamos tomado en esas vacaciones y me las regaló.
No supe de él hasta que un día me
lo encontré en la universidad. Se había metido a estudiar historia, y le interesaban
lenguas antiguas. Yo había entrado a ingeniería. Su principal motivo era que él
creía que cualquier época del pasado era mejor que el presente. Que prefería no
consumir música ni películas recientes, y que le causaban repulsión los libros electrónicos.
Escuchaba música en cassettes o acetatos.
Si pudiera volver al pasado, decía,
probablemente escogería vivir en los 80’s de niño o adolescente. Mala cosa era el
synthwave, decía, un tipo de música que imitaba la música
de los 80’s de manera lamentable, hecho por jóvenes de ahora que en ningún momento
se preocupaban de leer sobre lo que pasaba en esa época ni en ninguna otra. Jóvenes
pegados a la pantalla de un celular todo el día, presumiendo vidas de ficción en
redes sociales para conseguir míseros likes. Él por su parte, nunca había tenido
celular.
Le contradije, y fue la primera vez
que lo hice. Le dije que admirar el pasado estaba bien, pero que teníamos que vivir
el presente. Que yo esperaba hacer algo bueno en el futuro. Me miró fijamente, como
explorando mi cara, y me dijo que no lo entendía. Por supuesto que no lo entiendo,
estar nostálgico todo el tiempo no es algo normal, le dije. Al despedirnos, noté
que parecía vestido como mi papá estaba vestido en las fotos de su adolescencia.
Su caminar me pareció, no sé por qué, triste.
Me lo encontré un par de veces más
en la universidad, pero le perdí la pista. Después de varios años me lo encontré
en un banco, y propuso comer algo en el centro comercial en donde estaba el banco.
Ahí me contó que lo que había pasado con él es que después de esas vacaciones en
donde jugamos fútbol todas las tardes, había empezado a sentir una tristeza inexplicable.
Eso se fue agravando con el tiempo y buscaba distraerse con estudiar el pasado.
Al final un día había tenido un colapso y tuvo que ser internado en un hospital
con una taquicardia terrible. Después de varios exámenes lo recomendaron con un
psiquiatra. No estaba seguro de si funcionaría, pero los medicamentos lograban disimular
la tristeza.
Nos despedimos intercambiando número
de celular, ya que al fin había comprado uno. Le deseé que siguiera mejor y que
esperaba que el tratamiento funcionara. Agradeció que yo lo hubiera escuchado sin
cuestionarlo ni juzgarlo. Al despedirse parecía un poco triste. No lo he vuelto
a ver.
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