Angélica Aguilera
Ruido de metralla.
Tus pasos en la plaza son ahora el llanto de tus
hijos, la congoja de tus viudas y la inocencia de tus choznos que corren por el
huerto.
Venciste tu cansancio de más de ochenta años para
acudir al llamado de tus hermanos muertos. En el último esfuerzo encendiste los
cirios que chisporrotean todavía a los pies de tu ataúd; luego te acostaste,
abuelo querido, y vinieron a visitarte las muertes que debías: la de aquel que
mataste antes que te matara, la del otro, quien sabe, chante enfurecido, si
podrás pagarla.
Ruido de metralla.
Ves como en un sueño la sábila grande que me
regalaste, los conejos degollados cada día de fiesta y el jolgorio en tu
cantina; pulque curado con azúcar, abuelo, no te hagas.
Las granadas de tu árbol se entristecen, chante
ausente, y el ropero centenario ha sido cubierto con lienzos morados para que
no te asustes si tu alma por casualidad se asoma en sus espejos.
Ruido de metralla.
Es la muerte y tú lo sabes ¿Quién podría sino
sorprenderte comino salado de arma empuñada, de cristeros y soldados?
Huelo todavía tu beso perfumado y suena en mis
oídos el albur que me enseñaste. Ya vez, chante picoso, cómo esta yegua no es
tan mojigata.
Ruido de metralla.
Me falta contarte cómo han cambiado las cosas. En
tu ausencia la historia no es la misma: faltan los recuentos de tus guerras,
los amoríos robados y la fábula de tus perros que allá, como decías, chante
añorado, te esperaban para cruzar el río.
Ruido de metralla.
En la noche aquí en el pueblo suenan todavía las
herraduras de tu jaco y la canción que te gustaba. Guitarra en campamento,
fogata encendida y una mujer que te llora todavía, enlutada desde aquella
noche, chante querendón, en que te fuiste con la otra.
Ruido de metralla.
Y aunque no lo creas, chante desconfiado que en
uniforme me miras desde esta vieja fotografía, extraño tu presencia de soldado
en retiro, tu carcajada abierta, tus patillas recortadas y el baile descocado
que arremetías sonriendo para mostrarme, chante mentiroso, que las coyunturas
no te dolían y que en tu alma la soledad era una mala pasada.
Duerme comino, y escucha la serenata de este
corazón en funeral. No te inquietes, abuelo querido, es sólo el ruido de la
metralla que se sosiega cada vez más.
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