Kevin Fernández Delgado
En su lugar de condena,
sujeto con las cadenas de Hefestos, está Prometeo.
Todos
los días el águila viene y se come su hígado.
Pero,
tras el banquete, ella va hacia la mano encadenada y se deja acariciar las
patas y el plumaje. Luego sube a la cabeza del encadenado, y le pasa las plumas
del ala por el rostro.
Sólo
algunos días, cuando el águila se va, Prometeo grita y llora al imaginar que el
ave pudiera estar comiendo otra cosa que sus entrañas. Y el sonido de su
sufrimiento conmueve a los dioses.
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