Queta Navagómez
De
pequeño coleccionaba lagartijas. Después de matarlas, las abría en canal, las
vaciaba y, saturadas de sal, las ponía a secar al sol. Ya secas, adornaba sus
paredes con ellas. Cientos de curiosas y gráciles lagartijas parecían subir y
bajar por la pared izquierda de su cuarto, pintada de amarillo paja.
De joven, coleccionó iguanas. Ya muertas y
vacías, impregnadas de sal, las ponía a secar al sol. Decenas de maravillosas
iguanas: verdes, azules, amarillas, rojizas y anaranjadas, parecían subir y
bajar por la pared derecha de su cuarto, pintada de un blanco deslumbrante.
En la vejez… No, no llegó a la vejez: se
lo impidió su desmedido afán de querer coleccionar cocodrilos.
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