Melba Alfaro
Hace días que no secan
mis pantalones, que el viento chifla entre las ventanas y que deseo ir al
borbotón dulce en el ojo marino.
Abuelo dice con suavidad que no me desespere.
Desde aquí oigo el golpeteo de la lluvia en la vencida lámina; el agua danza
como niña exigente y furiosa, y Abuelo me habla igual que lo hiciera cuando “Gilberto”
y “Roxana”, pero sus palabras esta vez caen como alfileres en el encierro.
Viene el recuerdo de Arturo: desaparecido. El año
pasado quiso comprobar de qué manera sobrevivían los flamingos a los huracanes.
Antes de irse dijo que en junio no llueve; pero según esto, el agua llega
cuando quiere. Ayer su fuerza inclinó el faro y yo, desde entonces, tengo
miedo; miedo por el primo Jorge que se quedó en la Isla, por mi padre que no
logró salir de la Plataforma y por Abuelo que habla sobre la mesa para que lo
escuche.
Lo oigo tan cansado. Él también tiene miedo, no
sabe si el ropero podrá aguantarme más tiempo ni cómo detener el golpe de la
lluvia a mis oídos, ni mi llanto, ni mis gritos porque regresen a buscarnos…
–La flor brota entre los caracoles de tus manos,
mi niño; los fantasmas se quedan entre los manglares pétreos. Mañana verás que
escucharemos al cenzontle imitando a los cardenales…
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