Luis Britto García
Ahora reposa y siéntate. Dentro
de un instante entrará un vendedor a explicarte que tu televisor está pasado de
moda y que debes comprar el nuevo modelo. En pocos minutos convendrás con él las
condiciones del crédito, lograrás que te acepten el viejo modelo en el diez por
ciento del precio y te dirás que en verdad una mañana de uso ya es suficiente. Al
encender el nuevo aparato lo primero que notarás será que las modas del mediodía
han cedido el paso a las modas de las dos de la tarde y que una tempestad de insultos
te espera si sales a la calle con tus viejas corbatas de la una y veinticinco. Así
atrapado, debes llamar por teléfono a la tienda para arreglar el nuevo crédito,
a cuyos efectos intentarás dar en garantía el automóvil. El computador de la tienda
registrará que el modelo es del día pasado y por lo tanto inaceptable. Lo mejor
que puedes hacer es llamar al concesionario y preguntarle sobre los nuevos modelos
de esta mañana. El concesionario te preguntará qué haces llamándolo por ese teléfono
de modelo anticuado, y le dirás es cierto, pero ya desde hace media hora estás sobregirado
y no puedes cambiar de mobiliario. No hay más remedio que llamar al Departamento
de Crédito, el cual accederá a recibir el viejo modelo por el uno por ciento de
su precio a condición de que constituyas la garantía sobre los mobiliarios nuevos
de las dos de la tarde para así recibir el modelo que elijas, de las diez, de las
once, de las doce, de la una, de las dos y aun de las tres y media, éste el más
a la moda pero desde luego al doble del precio aunque la inversión bien lo vale.
Calculas que eso te da tiempo para llamar a que vengan a cambiar el congelador y
la nevera, pero otra vez el maldito teléfono anticuado no funciona y minuto tras
minuto el cuarto se va haciendo inhóspito y sombrío. Adivinas que ello se debe al
indetenible cambio de los estilos y el pánico te irá ganando, e inútil será que
en una prisa frenética te arranques la vieja corbata e incineres los viejos trajes
y los viejos muebles de ayer y las viejas cosas de hace una hora, aun de sus cenizas
fluye su irremediable obsolencia, el líquido pavor del que sólo escaparás cuando,
a las cuatro, lleguen tu mujer y tus hijos cargados con los nuevos trajes y los
nuevos juguetes, y tras ellos el nuevo vestuario y el nuevo automóvil y el nuevo
teléfono y los nuevos muebles y el nuevo televisor y la nueva cocina, garantizados
todos hasta las cinco, y el nuevo cobrador de ojos babosos que penetra sinuosamente
en el apartamento, rompe tu tarjeta de crédito y te notifica que tienes comprometido
tu sueldo de cien años, y que ahora pasas a los trabajos forzados perpetuos que
corresponden a los deudores en los sótanos del Monopolio de la Moda.
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