miércoles, 18 de octubre de 2023

Me llamo Pichón Garay

Juan José Saer

 

Me llamo Pichón Garay. Vivo en París desde hace cinco años (Minerve Hotel, 13, rue des Ecoles, 5ème). El año pasado, en el mes de julio, Carlos Tomatis pasó a visitarme. Estaba más gordo que nunca, ochenta y cinco quilos, calculo, fumaba cigarros, como viene haciéndolo desde hace siete u ocho años, y nos quedamos charlando en mi pieza, sentados frente a la ventana abierta con las luces apagadas, hasta que amaneció. Todavía recuerdo el ruido complejo y rítmico de su respiración que se entrecortaba en la penumbra cuando la temperatura del diálogo empezaba a subir.

Dos o tres días después se fue a Londres, dejándome inmerso en una atmósfera de recuerdos medios podridos, medios renacidos, medios muertos. Algo había en esa telaraña de recuerdos que recordaba el organismo vivo, el cachorro moribundo que se sacude un poco, todavía caliente, cuando uno lo toca despacio, para ver qué pasa, con la punta de un palo o con el dedo. Después la cosa dejó de fluir y el animal quedó rígido, muerto, hecho exclusivamente de aristas y cartílagos.

Me llamo, digo, Pichón Garay. Es un decir.

 

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