Max Aub
Se
mondaba los dientes como si no supiese hacer otra cosa. Dejaba el palillo al lado
del plato para, tan pronto como dejaba de masticar, volver al hurgo. Horas y horas,
de arriba a abajo, de abajo a arriba, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha,
de adelante para atrás, de atrás para adelante. Levantándose el labio superior,
leporinándose, enseñando sus incisivos –uno tras otro– amarillentos; bajándose el
inferior hasta la encía carcomida: hasta que le sangró; un poco nada más. Le transformé
la biznaga en bayoneta, clavándosela hasta los nudillos.
Se atragantó hasta el juicio final. No temo verle entonces
la cara. Lo gorrino quita lo valiente.
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