Jaime Lopera
La desmesurada erección del caballo la dejó estupefacta y atemorizada. Pasado
un tiempo, a ella la persuadieron de prestarse al experimento de inseminación –en
el momento preciso de su fertilidad– y fue así como recibió en su vientre todo el
fluido del equino sin detenerse a pensar en la clase de criatura que habría de ser
engendrada.
Fue un niño robusto y alegre. Tan sólo que el médico
no pudo ocultar su preocupación porque la criatura, en vez de llorar, relinchaba
como un bendito.
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