domingo, 15 de octubre de 2023

Cuando salí de La Habana, válgame Dios

José Emilio Pacheco

 

Yo estaba nada más de paso en Cuba, como representante que soy, o era, de la Ferroquina Cunningham, y aquella tarde en casa del senador junto al río Almendares tomábamos el fresco después de almorzar, acababa de armarme un pedido inmenso, él tiene la concesión de todas las boticas en La Habana, es amigo íntimo del presidente Gómez, socios en el ferrocarril de Júcaro y el periódico El Triunfo, cuando llegaron a avisarle, Dios mío:

en Oriente se habían sublevado los negros de los ingenios azucareros, iban a echar al agua a todos los blancos, a cortarles el cuello, a destriparlos, qué horror; y dije con un miedo terrible: ahora mismo me voy; el senador insultó a los negros, ya son libres, qué más quieren, no se conforman con nada, además escogen para rebelarse precisamente hoy, décimo aniversario de la República; intentó tranquilizarme, me aseguró que el Tiburón, es decir el presidente Gómez, los someterá en veinticuatro horas y si él falla tropas norteamericanas desembarcarán para proteger vidas y haciendas;

pero no me convenció, no soy hombre de guerra, y en un taxi corrí al hotel, hice mis maletas, hablé por teléfono a la agencia naviera; el único que zarpa ahora va para México; acabo de llegar de México pero, bueno, no importa, la cuestión es largarse de aquí, doy lo que sea; ¿sale a las seis, puedo pagar a bordo, me aceptan un cheque?

en el muelle otros negros cantaban, cargaban barriles, costales, cajas de azúcar –¿Sabrían lo que pasaba en Oriente? ¿iban a rebelarse también?– hasta que al fin trajeron mi equipaje, subí a una lancha y más tarde por la escala colgante al gran barco;

ya se imaginarán el gusto que me dio entrar en mi cabina del Curruca, no hay como estos vapores de la Compañía Trasatlántica Española;

sentí mucho no haberme despedido de todas las personas que fueron tan amables conmigo; menos mal que organizado como soy terminé el día anterior mis asuntos; apenas lo abran iré al despacho telegráfico, pondré un mensaje inalámbrico a mister Cunningham para explicarle mi salida de La Habana aunque, claro, él ya sabrá todo, en Nueva York se interesan mucho por Cuba;

el camarote me asfixiaba, subí a cubierta, sonó la sirena, levaron el ancla, brillaron La Cabaña y El Morro, todo parecía tan en calma, quién iba a decir que al otro extremo de la isla los negros mataban, saqueaban, violaban;

las torres de Catedral se alejaron, las casas del Malecón también, el Vedado se vio color de rosa con sus palmeras jardines balnearios que lentamente disminuyeron, se transformaron en un dibujo chino sobre un grano de arroz, hasta que nos trazó la curva del mar;

y en el Churruca la gente estaba triste, sólo Dios sabe qué va a ocurrir en Oriente, la orquesta concluía esa habanera tan melancólica, La Paloma, la predilecta de Maximiliano y Carlota, según mi madre; pobrecitos, sobre todo ella, muerta en vida, esperando, sin darse cuenta de que han pasado los años;

como no hallé ningún conocido volví al camarote; mientras llegaba la hora de cenar fumé un H. Upmann y terminé de leer La isla de los pingüinos, maravillosa novela, qué gran escritor es Anatole France; cerré el libro, estaba a punto de quedarme dormido, vinieron a cobrarme el pasaje;

¿cuándo llegamos a Veracruz? en menos de tres días si hay buen tiempo, me contestaron; pero el mar estaba picado y por la noche, mirando hacia abajo desde el ventanal del comedor, las olas se veían terribles al estrellarse contra el barco;

no me gustó, pues si le tengo miedo a una sublevación aun más pavor me dan los naufragios, grave inconveniente en mi trabajo que consiste en ir de un lado a otro por Sudamérica, y en qué lo voy a hacer si no en barco, aunque estos de la Trasatlántica Española son muy seguros y dan muy buen servicio;

lo mismo opinaba el matrimonio que me tocó a la mesa, noruegos, agradables aunque no demasiado conversadores; tampoco yo tenía muchos temas y como no sé francés y ellos hablaban poco inglés y casi nada de español apenas pude mencionar Casa de muñecas y otras piezas de Ibsen y preguntarles si Cristianía era un sitio tan gélido como San Petersburgo, del que algo sé porque Dav, mi vecino de piso en la calle 55, nació en Rusia;

hubiera preferido otra mesa con gente de mi idioma o norteamericanos, para mí es igual porque vivo en Manhattan desde niño, pero llegué el último y no debo quejarme: en esas condiciones fue un milagro encontrar pasaje;

por los nervios cené mucho, no acepté jugar whist con los noruegos, me acosté, no dormí, el Churruca daba unos sacudones terribles, hasta el último milímetro crujía; me asomé por la claraboya, no vi nada, sólo escuchaba el golpe de las olas, el chasquido como un sollozo, qué extraño, qué ganas de hablar con alguien pero me da flojera vestirme y subir al salón en donde aún habrá gente bailando;

tampoco puedo leer con este zangoloteo ¿por qué no inventarán barcos que no se muevan tanto como el Churruca?; y si nos pasara algo, con todo y telegrafía sin hilos, ¿quién va a auxiliarnos a mitad del Golfo de México?

qué cosas tiene el mar, está loco, una noche en el infierno y al amanecer como un plato, tranquilo tranquilo, ni un ricito en la superficie, qué se hicieron los olones nocturnos; y el capitán echa las máquinas a todo vapor para seguir en este océano de aceite, sin embargo vamos como pulga en alquitrán aunque el Churruca, claro está, no es de vela, qué extraño;

lo bueno es que ya vi a la españolita, los viejos deben ser sus padres, lindísima, cómo hacerme el encontradizo; mejor esperar a que se rompa el hielo y se establezca la camaradería que se da siempre en los barcos, si bien al bajar a tierra, plaf, se acabó y haz de cuenta que no nos hemos visto; qué extraño, o no tanto, la cordialidad y las ganas de pasarla bien son naturales porque en un viaje nadie sabe si llegará con vida;

magnífico, ese que habla con ellos es el encargado del Casino Español en México, lo conocí la otra vez, me acerco, qué gusto verlo, encantado señor, beso su mano señora, a sus pies señorita; y por la tarde

ya estamos en las sillas de extensión conversando, qué encanto de niña, con los padres al lado, eso sí; menos mal que tuve la precaución de quitarme el anillo; si Cathy me viera cuando no estoy con ella; bueno, debe suponer que en los viajes me doy mis escapadas, los yanquis también son iguales, aunque tengan cuatro hijos como yo y otro en camino;

pobre Cathy, sola casi todo el año, cuando menos su madre está en Brooklyn, ya no vive en Buffalo, nunca me he llevado bien con mi suegra aunque adora a los niños;

primera vez que Isabel viene a América, puedo hablarle de la isla de Manhattan, los rascacielos, las cataratas del Niágara, el camino de fierro de Veracruz a la capital; su padre dirigirá una fábrica de tejidos en Puebla, no tiene miedo de la revolución, cree que habrá paz en México pero está preocupado por Cuba;

qué delicia Isabel, nació en Túnez, qué extraño, pensé que sería madrileña o andaluza; no, sus padres son catalanes; el mar reverberante, qué calor; me sonríe; no estoy bien vestido, pasan hombres con bombines, cachuchas, pecheras albeantes;

Maple Leaf Rag toca la orquesta;

cómo suena el catalán le pregunto; su cara es la juventud la perfección y toda la belleza del mundo, fragancia de agua de colonia, el aire empuja el cabello hasta su boca, me enseña algunas palabras: oratge, tempestad; comiat, despedida; mati, mañana, nit, noche; ¿cómo se dice esta noche hay baile?;

qué desesperación cenar con los noruegos, Isabel y yo nos lanzamos miradas, no hay sitio a su mesa; hasta que al fin Isabel en mis brazos, los padres sólo nos dejan bailar valses, no tangos; me alegra porque no sé bailarlos;

segunda noche, nit, de no dormir; pienso en ella que seguramente estará pensando en el novio que dejó en Barcelona; es idiota sentir celos, cómo exigirle fidelidad a quien nunca pensó en conocerme; cuidado, no me vaya a enamorar de esta niña; qué diablos, siempre me pasa lo mismo, en vez de disfrutar del presente ya me entristece la nostalgia que por este ahora que no volverá he de sentir mañana;

nos despediremos; ella se irá a Puebla; me quedaré en Veracruz esperando el barco para Venezuela; no volveremos a vernos nunca; o si nos encontramos seremos otra vez desconocidos, qué triste; pero estamos nuevamente en cubierta, el sol resplandece sobre el mar en perpetua calma, pasan a lo lejos otros vapores, llegamos a la popa, los padres vigilan sentados en el puente con el español del Casino;

estás cerca de mí, Isabel; tienes dieciocho años; mira, estoy perdiendo el cabello, tengo ya arrugas, canas; siento que me ha pasado todo; en cambio tú apenas abres los ojos, tu vida aún por delante; quisiera tomarle la mano, abrazarla, besarla, no sé; le digo: mira, y sonríe, arrojan el pan que sobró de ayer, las gaviotas se precipitan a devorarlo, luchan por mendrugos mojados; ¿siempre van tras el barco? Sí cuando hay tierra cerca y también tiburones lo siguen; pero si no tiran carne; cuando muere algún animal o se enferma; traen bueyes, cerdos, carneros, gallinas; ¿ah sí? no sabía; los traen vivos, los matan allá abajo, ¿de dónde crees que sale la carne que comes? ¿no quieres ver las calderas?;

nunca voy a olvidar este día; como Fausto decirle al instante; detente, detente; no quiero volver a la calle 55, el subway, los domingos en Brooklyn, los juegos de los niños en Park Slope, los pleitos con los primos, el stew, el pay de manzana, la ferroquina, el talco, el jabón de afeitar, las píldoras, los almanaques rosados de Cunningham que anuncian eclipses y fases de la luna, mejores días para sembrar y cortarse el pelo y las uñas, las cuentas, los cobros, las muestras, los fletes, los viáticos, el papeleo, mister Cunningham; no quiero volver; quiero pasar la eternidad contigo, Isabel, la eternidad contigo, ¿me escuchas?;

qué pronto qué pronto ha llegado la noche, la última en el barco; antes de que oscurezca le señalo una cumbre nevada; mira, es el Citlaltépetl, el Pico de Orizaba, la montaña más alta de México, llegaremos a Veracruz en el alba; fiesta de despedida baile de nuevo, el último baile; ven Isabel, déjame abrazarte, sentirte en mis brazos; bailamos el vals Sobre las olas, no tiene mucho repertorio la orquesta, ahora toca otra vez La Paloma, mi madre la cantaba en mi cuna;

ya casi no queda nadie en el salón; Isabel no te vayas; sus padres la llaman, quieren estar frescos para desembarcar; oficial ¿a qué hora fondeamos? A las seis si Dios quiere, señor; don Baltazar me tiende la mano: fue un placer conocerlo, don Luis; el gusto fue mío; no no Isabel, nos despediremos mañana en el muelle; no, qué va, sus ojos no se humedecieron, fue una alucinación; lloré, ahora siento la sal, qué vergüenza;

no dormiré, beberé; camarero, otra más; que esto pase a mi edad es el colmo; estoy ebrio ¿cuánto vino, cuánto whisky he bebido?; pero hace calor, tengo sueño, ya se verán las luces de Veracruz, aún no, sólo el faro, los faros, las islas; me cambiaré de ropa, me acostaré, la delicia de hundirse en la cama; ven ven conmigo Isabel; dormiré, lentamente me duermo, estoy dormido, sueño algo que no podré recordar, ya no sueño, despierto, bruscamente despierto, quién llama, voy: Isabel, no es posible, oigo gritos carreras, lamentos: ¿qué pasa? ¿por qué viene sola Isabel?

abro la puerta, me dice: no sabes no sabes, es horrible; ¿qué pasa?; y ahora ella pregunta: ¿cuándo salimos de La Habana? El 20 de mayo de 1912, respondo; ¿y sabes qué día es hoy? 23, 24, no sé;

no no es, me contesta llorando: es el 30 de junio de 1992, algo pasó, tardamos en llegar ochenta años, no puedes imaginarte todo lo que ha ocurrido en el mundo, no lo podrás creer nunca; asómate, dime si reconoces algo, hasta la gente es por completo distinta; no nos dejan bajar, están enloquecidos, dicen que es un barco fantasma: el Churruca de la Compañía Trasatlántica Española desapareció al salir de La Habana en 1912; tú y yo y todos los que viajamos en él sabemos que no es cierto, el barco no se hundió, estamos vivos, tenemos la edad que teníamos hace ochenta años al zarpar de La Habana; pero cuando bajemos ¿qué ocurrirá?; Dios mío ¿cómo pudo pasar lo que nos pasó, cómo vamos a vivir en el mundo que ya es otro mundo?

 

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