Triunfo Arciniegas
A la dama de Shanghai
Al afeitarse esa mañana descubrió que tenía cara de gato: se erizó. La espantosa
imagen lo persiguió durante el día, en cada pausa del trabajo: los ojos claros de
dilatadas pupilas, los bigotes enhiestos, las orejas puntiagudas y su grito, su
propio grito, que le descubrió un par de pequeños y finos colmillos. En la noche,
sobre el cuerpo jadeante de la mujer, maulló: tuvo sueños horribles, con ratas y
perros y otras bestias. Al despertar se deslizó entre las sábanas, lamió los tobillos
blancos y dulces y luego, perezoso, mientras los dedos de sangrientas uñas le recorrían
el lomo, bebió la leche que la mujer le trajo en el platito.
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