Julio Cortázar
Los niños son por naturaleza desagradecidos, cosa comprensible puesto que
no hacen más que imitar a sus amantes padres; así los de ahora vuelven de la escuela,
aprietan un botón y se sientan a ver el teledrama del día, sin ocurrírseles pensar
un solo instante en esa maravilla tecnológica que representa la televisión. Por
eso no será inútil insistir ante los párvulos en la historia del progreso científico,
aprovechando la primera ocasión favorable, digamos el paso de un estrepitoso avión
a reacción, a fin de mostrar a los jóvenes los admirables resultados del esfuerzo
humano.
El ejemplo del “jet” es una de las mejores pruebas.
Cualquiera sabe, aun sin haber viajado en ellos, lo que representan los aviones
modernos: velocidad, silencio en la cabina, estabilidad, radio de acción. Pero la
ciencia es por antonomasia una búsqueda sin término, y los “jets” no han tardado
en quedar atrás, superados por nuevas y más portentosas muestras del ingenio humano.
Con todos sus adelantos, esos aviones tenían numerosas desventajas, hasta el día
en que fueron sustituidos por los aviones de hélice. Esta conquista representó un
importante progreso, pues al volar a poca velocidad y altura el piloto tenía mayores
posibilidades de fijar el rumbo y de efectuar en buenas condiciones de seguridad
las maniobras de despegue y aterrizaje. No obstante, los técnicos siguieron trabajando
en busca de nuevos medios de comunicación aún más aventajados, y así dieron a conocer
con breve intervalo dos descubrimientos capitales: nos referimos a los barcos de
vapor y al ferrocarril. Por primera vez, y gracias a ellos, se logró la conquista
extraordinaria de viajar al nivel del suelo, con el inapreciable margen de seguridad
que ello representaba.
Sigamos paralelamente la evolución de estas técnicas,
comenzando por la navegación marítima. El peligro de los incendios, tan frecuente
en alta mar, incitó a los ingenieros a encontrar un sistema más seguro: así fueron
naciendo la navegación a vela y más tarde (aunque la cronología no es segura) el
remo como el medio más aventajado para propulsar las naves.
Este progreso era considerable, pero los naufragios
se repetían de tiempo en tiempo por razones diversas, hasta que los adelantos técnicos
proporcionaron un método seguro y perfeccionado para desplazarse en el agua. Nos
referimos por supuesto a la natación, más allá de la cual no parece haber progreso
posible, aunque desde luego la ciencia es pródiga en sorpresas.
Por lo que toca a los ferrocarriles, sus ventajas eran
notorias con relación a los aviones, pero a su turno fueron superados por las diligencias,
vehículos que no contaminaban el aire con el humo del petróleo o el carbón, y que
permitían admirar las bellezas del paisaje y el vigor de los caballos de tiro. La
bicicleta, medio de transporte altamente científico, se sitúa históricamente entre
la diligencia y el ferrocarril, sin que pueda definirse exactamente el momento de
su aparición. Se sabe en cambio, y ello constituye el último eslabón del progreso,
que la incomodidad innegable de las diligencias aguzó el ingenio humano a tal punto
que no tardó en inventarse un medio de viaje incomparable, el de andar a pie.
Peatones y nadadores constituyen así el coronamiento
de la pirámide científica, como cabe comprobar en cualquier playa cuando se ve a
los paseantes del malecón que a su vez observan complacidos las evoluciones de los
bañistas. Quizá sea por eso que hay tanta gente en las playas, puesto que los progresos
de la técnica, aunque ignorados por muchos niños, terminan siendo aclamados por
la humanidad entera, sobre todo en la época de las vacaciones pagas.
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