Jules Renard
El
combate parecía terminado cuando una última bala, una bala perdida, impactó en
la pierna derecha de Fabricien. Se vio obligado a regresar a su tierra con una
pierna de madera.
En un primer momento mostró cierto
orgullo; las primeras veces que entró en la iglesia del pueblo golpeando con
tanta fuerza las losas, se le habría podido confundir con un portero de gran
ciudad.
Luego, una vez que la curiosidad se
apaciguó, se lamentó durante mucho tiempo, avergonzado, de verse inútil para
siempre.
Buscó con una obstinación, frecuentemente
frustrada, la forma de ser útil.
Y ahora, en el sendero de un modesta
holgura, sin menospreciar su pierna de carne, siente cierta debilidad por la de
madera.
Trabaja a jornal. Le asignan un trozo del
huerto. Y pueden marcharse y dejarlo trabajar.
Su bolsillo derecho está lleno de judías
rojas o blancas, a elegir. Además está roto, no demasiado, pero tampoco poco.
Con paso regular, Fabricien recorre a lo
largo y a lo ancho el terreno. Su pierna de madera hace un hoyo a cada paso.
Sacude su bolsillo agujereado. Las judías caen. Las recubre con el pie
izquierdo y continúa.
Y mientras se gana la vida honradamente,
el antiguo soldado, con las manos a la espalda y la cabeza en alto, parece
pasearse para cuidar su salud.
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