Ramón Gómez de la Serna
Recuerdo
mi entrada buscando algo en un corral, ya tarde, cuando había oscurecido, en aquel
pueblo de Castilla.
Había pisado las piedras puntiagudas, los morrillos
puntiagudos, que son los que más sensación de la realidad me han dado en la realidad,
y fui a aquella casa a buscar a Lucio, un criado patudo, al que le salía perilla
de chivo por toda la sotabarba.
–Espera un poco que eche de comer a los animales…
Es su hora…
El burro gris, zancudo, de Lucio estaba sentado
como después he visto que Goya pintó sentados a los burros, y a la luz del farol
vi que escribía… ¿Qué escribía?… Me acerqué y vi que escribía: El Quijote.
Tercera parte…
Eso es lo que yo recuerdo confusamente, apareciéndoseme
aquel corral a esa hora, en que las bestias son personas porque la fuerza de la
realidad permite una cosa así… Sospecho que aquella tercera parte del Quijote debía
estar bien de realidad, además de escrita en el mejor y más puro de los castellanos,
en el castellano del rebuzno, que es el más denso y sesudo.
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