Asmara Gay
Al ver que Édgar se encaminaba hacia
la puerta sentí deseos de detenerlo, pero noté que no se dejaría convencer, que
no le importarían mis palabras, de todos modos se iría.
Abrió la puerta.
Allí, de pie,
estaba ella. Un silencio habitó la estancia mientras los tres nos mirábamos.
Édgar tomó aliento,
recogió sus cosas y torpemente bajó las escaleras.
No volteó.
Lo vi alejarse, el
rostro triste; en ese momento se iban por la borda todos los años en que nos
mantuvimos juntos.
Ella vaciló.
Dio unos pasos y
entonces cerró la puerta. Con sus brazos rodeó mi cintura mientras me daba un
beso para sellar de esta manera una nueva etapa en nuestras vidas.
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