Jules Renard
¿Por
qué se me ocurriría comprar este pájaro? El pajarero me dijo: “Es un macho.
Espere una semana para que se adapte, y cantará”. Pero el pájaro se obstina en
permanecer callado y lo hace todo al revés. Tan pronto como lleno su comedero,
saca los granos con el pico y los lanza a los cuatro vientos. Ato con una
cuerda una galleta entre dos barrotes de la jaula. Solo picotea la cuerda.
Empuja y golpea la galleta como con un martillo y esta termina por caerse. Se
baña en el agua limpia del bebedero y bebe en su bañera. Y defeca
indiferentemente en los dos. Debe imaginar que el pastelito es una pasta con la
que los pájaros de su especie construyen los nidos y, nada más verlo, se
acurruca en él. No ha comprendido aún para qué sirven las hojas de lechuga y
solo disfruta haciéndolas añicos. Cuando se le ocurre coger un grano, le cuesta
un mundo tragárselo. Lo pasea de un lado al otro del pico, lo aprieta, lo
aplasta, y mueve la cabeza como si se tratara de un viejito sin dientes. El terrón
de azúcar no le sirve. ¿Es una piedra que sobresale, un balcón, una mesa poco
práctica? Prefiere las barras de madera. Tiene dos que se superponen y se
cruzan. Me aburre verlo saltar. Se asemeja a la estupidez mecánica de un
péndulo que no marca nada. ¿Qué placer obtiene saltando así? ¿Qué necesidad le
hace saltar? Si descansa de una aburrida gimnasia agarrado con una pata a la
barra que parece estrangular, con la otra busca instintivamente la misma barra.
Tan pronto como se enciende la estufa con
la llegada del invierno, cree que es primavera, época de su muda, y se despoja
de todas las plumas. La luz de mi lámpara perturba sus noches, desorganiza sus
horas de sueño. Se acuesta al atardecer. Dejo que la oscuridad lo envuelva.
¿Sueña quizá? Bruscamente, acerco la lámpara a la jaula. Abre los ojos. ¡Cómo!
¿Ya es de día? Y, rápidamente, comienza de nuevo a agitarse, a bailar, a
agujerear una hoja, abre la cola en abanico, despliega las alas. Apago la
lámpara y lamento no poder ver su cara estupefacta.
Pronto me canso de este pájaro mudo que sólo
vive al revés y lo suelto por la ventana… No sabe gozar de la libertad como no
sabe vivir en una jaula. Alguien va a cogerlo fácilmente con la mano. ¡Pero que
no se le ocurra devolvérmelo! No sólo no ofrezco ninguna recompensa por él,
sino que juraré que no conozco a ese pájaro.
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