Heinrich Boll
Estuvieron despiertos
mucho rato, fumando, mientras el viento se paseaba por la casa, arrancando
pedazos de pared y haciendo caer piedras; del piso de arriba saltaban trozos de
revoque que se estrellaban en la planta baja con estrépito.
Él
solo veía de la mujer una tenue silueta, un contorno rojizo, cada vez que se
avivaban las brasas de los cigarrillos: la suave curva de sus pechos bajo la
tela del camisón y el perfil de su cara en reposo. Al ver la fina hendidura de
sus labios, aquella leve entalladura de su rostro, sintió una oleada de
ternura. Habían sujetado bien las mantas a los lados, y se apretaban uno contra
otro. Aquella noche no tendrían frío. Los postigos golpeaban y por los
cristales rotos de las ventanas silbaba el viento. Lo que se oía arriba, entre
los restos del tejado, eran verdaderos aullidos, y en algún sitio algo batía
con fuerza contra una pared, algo duro y metálico, y ella murmuró:
–Es
el canalón. Hace tiempo que está suelto.
Le
asió la mano y prosiguió en voz baja.
–Aún
no había estallado la guerra, yo ya vivía aquí, y cada vez que llegaba a casa y
veía ese trozo de canalón colgando pensaba: “Tienen que mandarlo reparar”. Pero
no lo mandaron reparar. Colgaba torcido, uno de los ganchos se había caído. Yo
lo oía golpear cuando hacía viento, lo oía las noches de tormenta, desde esta
cama. Vino la guerra y siguió igual. En la pared se veían las marcas del agua,
un reguero blanco con los bordes gris oscuro, de arriba abajo, cerca de la
ventana y, a derecha e izquierda, unas manchas redondas, con el centro blanco y
aros grises alrededor. Después, me fui muy lejos, trabajé en Turingia y en
Berlín, y cuando la guerra terminó y yo regresé, el canalón seguía igual. Media
casa se había hundido, yo había estado lejos, había visto mucho sufrimiento,
muerte y sangre. Me dispararon con ametralladoras desde unos aviones y pasé
miedo, mucho miedo… y, mientras, ese pedazo… de zinc seguía colgando, echando
la lluvia al vacío… porque la pared se había caído. Las tejas saltaron por los
aires, los árboles fueron derribados, el yeso se desprendió de las paredes,
cayeron bombas, muchas bombas, y ese pedazo de zinc seguía colgado de un solo
gancho, sin ser alcanzado ni arrancado por la presión de las explosiones.
Su
voz se hizo más suave, casi cantarina, y ella seguía oprimiéndole la mano.
–Mucho
ha llovido durante estos seis años –dijo–. Mucha gente ha muerto, muchas
catedrales se han hundido; pero cuando regresé el canalón seguía ahí, y las
noches de viento lo oía golpear. ¿Me creerás si te digo que me gustaba?
–Sí
–dijo él.
El
viento había cesado, la noche estaba serena y el frío se hacía sentir. Se
subieron las mantas y metieron los brazos. En la oscuridad ya no se divisaba
nada, ni su perfil veía él, aunque la tenía tan cerca que sentía su
respiración: el soplo ligero y cálido de su aliento era tranquilo y regular, y
él pensó que se habría dormido. Pero, de pronto, dejó de percibirlo y buscó sus
manos. Ella las asió con fuerza y él notó su calor y pensó que aquella noche no
tendría que pasar frío.
De
pronto, se dio cuenta de que ella estaba llorando. No se oía nada, sólo por el
movimiento de la cama dedujo que ella se frotaba la cara con la mano izquierda,
pero tampoco podía precisarlo y, sin embargo, sabía que lloraba. Se inclinó
sobre ella y volvió a sentir su aliento, que parecía resbalarle por la piel
como un suave fluido. Ni siquiera cuando le rozó la fría mejilla con la punta
de la nariz pudo ver algo.
–Anda,
échate –dijo ella en voz baja–. Te vas a enfriar.
Él
no se movía, quería verla, pero no vio nada hasta que, de pronto, ella abrió
los ojos. Entonces vio el brillo de sus ojos y el débil fulgor de las lágrimas.
Ella
estuvo llorando mucho rato. Él le tomó la mano y volvió a arrebujarse en la
manta. Y le sostuvo la mano hasta que sintió que ella aflojaba la presión de
los dedos y se soltaba lentamente. Él le rodeó entonces los hombros con el
brazo, la atrajo hacia sí y también se quedó dormido y durante el sueño sus
alientos se entremezclaban como caricias…
No hay comentarios:
Publicar un comentario