Julio Cortázar
El frío complica siempre las cosas, en
verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis
y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya
es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier
cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres,
irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana
abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo.
No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver,
pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que
al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el
dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada
en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si
no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre
y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter
el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que
no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la
camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía más
la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente que
la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguirá hacerla
llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla
a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga
enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina
penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como
un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente
y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas,
por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se
ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha
hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello
del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente, pero aunque tira
con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en
cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul
le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más
de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras
la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará
la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire,
al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en
la manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver,
por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la cara, sofocándolo
cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para
estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso, respirando a fondo
y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide
respirar perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de
lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese
gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del
aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre
los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el
azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas,
y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez
el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en la
puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su
mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire
frío de la habitación, es como un anuncio de que ya falta poco y además puede ayudarlo,
ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento
clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo.
Lo malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería
que el pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que
encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del
pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver
porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado
apenas por los hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los hombros
demasiado anchos para ese pulóver, lo que en definitiva prueba que realmente se
ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual
la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la
que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada
a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga,
y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en
el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo
alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría
descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la
orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica
que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso
de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria
y no a culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería
sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta
de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente
sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas,
y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba
sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa
gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira
hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle
las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en
la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha
ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse,
aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la
mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera
ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de
golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus
fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia
a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza
fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con
todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la habitación,
si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado
abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su
mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda
le duela cada vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo
esa mano le obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar
a través de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo
casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en
vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas, en vez de pellizcarle el muslo
como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda
impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de
rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del
pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente
no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fría, esa delicia
es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos,
se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está
de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre
los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las
cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de
saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás
cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para
que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del
pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir
a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente
haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos.
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