Bruno Aceves
Mi madre es argentina de nacimiento
y de forma de hablar. Yo, se podría decir que hablo mexicano aunque sea sólo por
el acento. Mamá siempre utiliza palabras que yo entiendo y creo normales en este
país, en esta ciudad en la que a la mera hora resulta que nadie le dice a la cartera
cartera, en esta la Ciudad de México que siento mía y es mía aunque
no debería ser. Y no porque mi vida me parezca un error; soy feliz, pero
como que no puedo olvidar lo que los míos no pueden olvidar. Aunque muchos no lo
hayamos vivido, todos sabemos que de repente la historia obliga a la gente a hacer
cosas que tal vez no se había propuesto con calma. Y con calma vivo, viviendo mi
vida sin pensar mucho en mi otra vida, la que podría tener de ser otra la historia
de La Historia.
Mi otra vida sería en la Argentina, seguro, con parte
de mi familia y muy pero muy lejos de mis amigos, pero no lo sabría. No sabría que
mis amigos de aquí me fueran simpáticos porque no los conocería como no conozco
a todos los amigos argentinos que no he podido hacer al vivir en México. Sería mi
vida, pero sería otra y ya. Mamá llamaría cartera a la cartera, igual que
lo hace en México pensando en la Argentina, y en la escuela nadie diría que yo uso
palabras raras: esa sería una diferencia; yo me seguiría llamando Mariana o algo
parecido (no importa dónde viva o dónde nazca: jamás me hubieran puesto Pedro Juan
por nombre). Yo Mariana, y casi todos, o la mayoría de los amigos de la mamá de
Mariana, mi mamá, serían también argentinos. La familia, claro, sería más grande.
Tal vez por eso se inventaron los tíos que no son tíos, para suplir a otros que
porque están tan lejos no los vemos muy seguido. Y porque estos tienen hijos y así
nos conseguimos unos primos que nos quedan más cerca.
Dos. Dos son las vidas que tengo. Y siempre me da
un poco la impresión de que una es y la otra vida hubiera sido o casi
es. Tengo un mundo en México y otro, lejano y querido, en la Argentina con tíos
tías abuelos y tíos de los inventados, de los que no son parientes pero sí que lo
parecen porque todos conocen y quieren a mamá y sobre todo porque todos dan consejos.
Cuando voy a mi país, al que está cerca de Brasil, en serio que me gusta; veo muchos
parientes que además de todo me tratan muy bien, y la verdad es que Buenos Aires
es una linda ciudad; por lo menos mucho más tranquila que México, eso: allá no tengo
que estar pegada a una falda o un pantalón, me puedo separar, puedo caminar. Me
gusta mucho. La otra es que allá sólo he ido en vacaciones y todos sabemos que las
vacaciones se disfrutan. Para mí, estar en la Argentina ha sido familia y ha sido
no ir a la escuela. No ir a la escuela y tener la atención de un mudo de gente,
de todo un país que me llama Nena. Y eso es bueno.
Por Argentina siento algo extraño. Me gusta como supongo
que me gustaría cualquier país en el que no he vivido mucho tiempo, pero un poco
más. Mucho más, porque es mío. Sí. Y es curioso, porque en casa siempre se habla
de lo que fue Argentina y lo que es Argentina y estas cosas al parecer son muy distintas.
Se habla de un antes y un después. También, en la comida, se habla de México, a
lo que va o hacia dónde va. La Argentina se extraña, se extrañará por siempre, y
México se vive, como poco a poco y para siempre, también. Y yo estoy en medio, estoy
entre un país y el otro; entre una vida que vivo en México y otra que muero de curiosidad
de conocer en la Argentina; estoy entre la ciudad que me vio dar mi primer paso,
y la que me permite dar muchos, sin un mayor que me cuide, desde Flores hasta
Devoto.
Pero quizá no se trate de una cosa o la otra: mis
dos vidas se parecen mucho y pienso, mejor dicho estoy segura, que algún día podrán
ser una sola. Finalmente, tanto en la Argentina como en México se habla español
y existen las palabras “medias” y “zapatillas”. Las diferencias son muy pequeñas,
tanto, que si me vistiera con “zapatillas” y “medias”, tal vez en la Argentina jugaría
Fútbol y tal vez en México bailaría ballet, pero seguiría siendo Mariana.
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