Julio Cortázar
Los descubrimientos más importantes se hacen en las circunstancias
y los lugares más insólitos. La manzana de Newton, mire si no es cosa de
pasmarse. A mí me ocurrió que en mitad de una reunión de negocios pensé sin
saber por qué en los gatos –que no tenían nada que ver con el orden del día– y
descubrí bruscamente que los gatos son teléfonos. Así nomás, como siempre las
cosas geniales.
Desde luego, un
descubrimiento parecido suscita una cierta sorpresa, puesto que nadie está
habituado a que los teléfonos vayan y vengan y sobre todo que beban leche y
adoren el pescado. Lleva su tiempo comprender que se trata de teléfonos
especiales, como los walkie-talkies que no tienen cables, y además que también
nosotros somos especiales en el sentido de que hasta ahora no habíamos
comprendido que los gatos eran teléfonos y por lo tanto no se nos había
ocurrido utilizarlos.
Dado que esta negligencia
remonta a la más alta antigüedad, poco puede esperarse de las comunicaciones
que logremos establecer a partir de mi descubrimiento, pues resulta evidente la
falta de un código que nos permita comprender los mensajes, su procedencia y la
índole de quienes nos los envían. No se trata, como ya se habrá advertido, de
descolgar un tubo inexistente para discar un número que nada tiene que ver con
nuestras cifras, y mucho menos comprender lo que desde el otro lado puedan
estar diciéndonos con algún motivo igualmente confuso. Que el teléfono
funciona, todo gato lo prueba con una honradez mal retribuida por parte de los
abonados bípedos; nadie negará que su teléfono negro, blanco, barcino o angora
llega a cada momento con un aire decidido, se detiene a los pies del abonado y
produce un mensaje que nuestra literatura primaria y patética translitera
estúpidamente en forma de miau y otros fonemas parecidos. Verbos
sedosos, afelpados adjetivos, oraciones simples y compuestas pero siempre
jabonosas y glicerinadas forman un discurso que en algunos casos se relaciona
con el hambre, en cuya oportunidad el teléfono no es nada más que un gato, pero
otras veces se expresa con absoluta prescindencia de su persona, lo que prueba
que un gato es un teléfono.
Torpes y pretenciosos,
hemos dejado pasar milenios sin responder a las llamadas, sin preguntarnos de
dónde venían, quiénes estaban del otro lado de esa línea que una cola trémula
se hartó de mostrarnos en cualquier casa del mundo. ¿De qué sirve y nos sirve
mi descubrimiento? Todo gato es un teléfono pero todo hombre es un pobre
hombre. Vaya a saber lo que siguen diciéndonos, los caminos que nos muestran;
por mi parte sólo he sido capaz de discar en mi teléfono ordinario el número de
la universidad para la cual trabajo, y anunciar casi avergonzadamente mi
descubrimiento. Parece inútil mencionar el silencio de tapioca congelada con
que lo han recibido los sabios que contestan a ese tipo de llamadas.
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