Pete Adams y Charles Nightingale
“Tú eres mi miel, mi flor dadora de miel, y yo soy la
abeja…”
La forma en que estas flores podían hacerse
libar era suficiente para hacerle zumbar a uno.
Randy Richmond se sentía aburrido, excesiva, intolerablemente, y, lo que
parecía ser, eternamente aburrido. De hecho, se sentía tan aburrido que ya ni
siquiera se preguntaba qué clase de programa habría bombeado el
hipnocondicionador para hacerle regresar al sector X113 antes de volver a ser
lanzado de nuevo al espacio. Fuera lo que fuese, no le causaría ninguna
impresión en absoluto.
Se suponía que el hipnocondicionador alteraba el sentido
del tiempo para relajar el intelecto y conseguir una plácida exploración de los
más atrayentes caminos secundarios de las matemáticas espaciales, o de
cualquier otro problema concebible con el que se encontraran los equipos
planetarios de investigación. Como consecuencia de ello, se esperaba que uno
terminara su viaje a través de las estrellas no sólo tan fresco como si el
viaje acabara de comenzar aquella misma mañana, sino también en un estado inspirado
que se aproximaba al nivel del genio. De este tratamiento se había predicho que
era capaz de producir gigantescos saltos mentales para la humanidad, pero Randy
aún tenía que conocer a cualquier viajero plus-luz que surgiera de la
experiencia con cualquier otra cosa que no fueran ideas de la naturaleza más
fundamental, por muy inventivas que algunas de ellas pudieran ser consideradas.
Suponía que alguien, en alguna parte, tendría que haberse
dado cuenta de que el viaje plus-luz parecía actuar más como un estímulo físico
que mental, porque los compañeros espaciales más recientes habían empezado a
desarrollar accesorios notablemente sofisticados. Las computadoras siempre
habían sido instrumentos esenciales en el espacio, desde luego, pero las nuevas
computadoras CMP DIRAC-deriv. Mk IV Astg. multimedia podían proporcionar toda
forma imaginable de entretenimiento, así como unas cuantas inimaginables,
cuando el piloto se salía de sí. Ni siquiera se necesitaba estimularlas con un
desarmador clandestino como los modelos antiguos. Proporcionaban una gran
cantidad de diversión.
Pero hasta ellas tenían sus limitaciones, y después de
nueve meses viajando en plus-luz con su compañera corriente, con su voluptuoso
marco abrazando la pequeña cabina como un alocado edredón de plástico, Randy se
encontró suspirando por alcanzar una realidad que la computadora no le podría proporcionar
nunca. Dirigido hacia una estrella particularmente oscura, de clase K, situada
en uno de los extremos de la espiral de la galaxia, aún tenía que enfrentarse a
otros nueve meses de confinamiento. Los libros, las películas, las cintas y las
obras de arte habían quedado exhaustas ya de toda su potencia, y Randy se veía
ahora reducido a observar la revisión animada producida por la compañera de las
ilustraciones de Beardsley “Bajo la colina”, una de las videocintas Favoritas
Clásicas. A juzgar por las crecientes desviaciones del original, parecía
evidente que la computadora compartía la sospecha del piloto de que sus
pasiones no volverían a surgir otra vez.
Fue en este momento crítico, tan perfectamente calculado
como para invitar casi a extraer ciertas conclusiones sobre las motivaciones de
la computadora, cuando la compañera anunció que sería deseable encontrar un
planeta para repostar los suministros químicos de la nave. A sólo unas pocas
horas de distancia se encontraba una estrella que poseía un planeta del tipo E,
en el que había los materiales apropiados, a partir de los cuales la nave
podría sintetizar lo que necesitaba. De acuerdo con los informes, el planeta
estaba habitado por una raza del tipo humano que se encontraba en una fase de
desarrollo bastante primitiva; perfectamente consciente de las estrictas
directrices de la Federación en cuestiones de contacto intercultural, Randy
proyectó aterrizar en una de las muchas islas deshabitadas desparramadas por el
hemisferio oceánico norte.
Finalmente, la computadora seleccionó una isla
exuberante, de forma cónica que, según los detectores infrarrojos, no contenía
una vida animal capaz de plantear grandes problemas, y la nave terminó por
posarse en tierra con una cierta agitación. Las compañeras siempre disfrutaban
con una oportunidad de dar un espectáculo y se habían conocido aterrizajes en
los que las computadoras experimentaban una explosión de banderas, fuegos
artificiales y el himno nacional del planeta de procedencia, echando a perder
todas las esperanzas de establecer un contacto pacífico con las formas de vida
locales. Pero, en esta ocasión, la puerta de la nave se limitó a abrirse con un
susurro y Randy salió con un enorme alivio.
Se encontraban en una planicie abierta y llena de hierba,
cerca del reluciente mar zafiro, con una playa de arena blanca en contacto con
sus bordes Aquí y allá surgían de la hierba intrigantes plantas en forma de
vaina, con magníficas y aterciopeladas hojas verdes. Algunos árboles tenían
frutos que la computadora comprobó eran aceptables para la constitución humana,
y Randy les prestó una atención entusiasta; se hundieron suculentamente en sus
manos, revelando jugos y carne que tenían un sabor embriagador. Cuando al final
ya no pudo comer más echó a correr hacia las aguas claras y asombrosamente poco
profundas del océano y eliminó de su mente nueve meses de plus-luz. Se revolcó
bajo el sol, rio y gritó, saltó sobre su propia sombra e hizo las cosas más
tontas que se pueden imaginar y, a su debido tiempo, volvió a recuperar la
calma, enfrentándose con el problema que las fragancias y brisas de la isla no
hacían nada por solucionar.
Una parte del problema consistía en que la nave no lo
necesitaba. Su brillante serpiente terrestre, dirigida por la computadora,
investigaba la superficie del planeta en busca de vetas minerales adecuadas,
mientras la sección de laboratorio de la compañera zumbaba, llena de una
autosatisfactoria actividad. Se fueron probando muestras, se fundieron
minerales, se mezclaron reactivos y se llevaron a cabo procesos de
centrifugación; el tacleteo de la música puntuaba la murmurante letanía de las
ecuaciones, una señal a la que el piloto ya se había resignado como indicación
de que la computadora estaba profundamente enfrascada en pensar. Se encogió de
hombros, tratando de librarse de la sensación de impotencia que amenazaba con
hacerlo regresar demasiado pronto, y se puso a explorar la isla. Sería muy
bueno para él poder entregarse a un reparador sueño natural, aunque sólo fuera
una vez, en lugar de tener que aceptar las nauseabundas drogas adormecedoras de
la computadora, que, al margen de la forma y del color, y su amplitud parecía
infinita, siempre le producían pesadillas de una decadencia demoledora.
La línea de la costa era una verdadera delicia y estaba
compuesta por colores claros en ondas y curvas repentinas. Un sol de oro
silencioso colgaba en el cielo, como si la tarde pudiera durar siempre, y el
aire olía a perfume, una clase de perfume que parecía traer inesperados
recuerdos de realización propia. Siguiendo ensoñadoramente el instinto de su
nariz, Randy fue andando por entre un bosquecillo de árboles que le hizo
apartarse de la vista de la nave y se detuvo de pronto en sus sombras, mientras
desaparecían de su mente todas las consideraciones sobre los castigos que se
imponían a causa de la interferencia cultural. En la llanura verde que había al
otro lado, la realidad relucía, como si las propias ondas de luz se estuvieran
fundiendo con el calor. Después, su visión se aclaró y allí apareció ante él,
sentada en una especie de asiento hecho de hojas aterciopeladas, una criatura
de tan espectacular belleza, que se encontró prometiéndose febrilmente a sí
mismo no volver a perder jamás su tiempo con las figuras 3-D de la revista Stagman.
Ella parecía no haberlo visto cuando dirigió unos ojos de
mirada misteriosa hacia el mar, con su cuerpo lánguido y relajado sobre el
amplio asiento. No llevaba nada, excepto una corta camisa azul de algún
material complicadamente elaborado, y la luz del sol acariciaba su piel para
formar un tapiz de brillantes curvas y exquisitas sombras. Actuando con
suavidad, Randy se fue acercando a ella por un lado y, extrañamente, ella se
volvió para darle la bienvenida, haciendo un movimiento a modo de prueba que él
tomó como una invitación. Se sentó, guardó silencio por un momento, a punto de
entablar la conversación, pero en lugar de hacerlo extendió la mano para
acariciar el pelo moreno que ondulaba como un largo velo, bajándole por la
espalda. Las palabras no eran necesarias porque los mensajes que se
establecieron entre los dos, en el aire electrizado, así como la propia mujer,
no mostraban signos de desear ninguna lección de lenguaje.
Ella suspiró como el murmullo de las hojas a mediados de
verano y se extendió ante él, elevando suavemente la punta de su blusa para
revelar zonas oscuras y apetitosas. Despedía un aroma que olía a canela, a
almizcle y a violetas puras, sofocando así cualquier pensamiento racional.
Randy se volcó como un borracho sobre ella y en ella, y se vio rodeado por la
carne que se retorcía delicadamente contra su propia carne, mientras ella le
acariciaba con unos dedos suavemente empolvados, mientras él se hundía, boqueaba
y se estremecía. La tarde explotó entonces en fragmentos dorados.
Después, Randy se deslizó hacia un lado y permaneció
echado sobre la arena blanca, convencido, como la compañera nunca había sido
capaz de convencerlo, de que ahora tenía una excelente oportunidad para
comprender su lugar en el universo. Era como si, de repente, seres procedentes
de alguna otra galaxia se hubieran dado cuenta de su presencia; pero mientras
ellos empezaban a moverse para saludarlo, él comenzó a temer el eco hueco de
sus pensamientos, la música disonante de su conocimiento, y volvió a regresar a
un estado de desvelo. Una neblina de verde retorcido y de sombras de color
púrpura permaneció brevemente sobre sus ojos, y unas voces de advertencia
susurraron mensajes instantáneamente olvidados. Pero la mujer seguía
permaneciendo plácidamente sentada en su asiento y, ante su vista, la confusión
de Randy desapareció por completo. El propósito y la anticipación lo hicieron
ponerse bruscamente en pie.
Ante su sorpresa, el gesto de bienvenida de ella no fue
repetido. La mujer le sonrió, con una expresión ausente, y después volvió su
mirada hacia el océano. Cuando intentó acariciarla como antes, su carne pareció
arrastrarse llena de disgusto, y no hizo ningún movimiento para tenderse hacia
atrás, mientras su blusa permanecía recatadamente extendida hasta sus rodillas.
Randy estaba ya medio inclinado para forzar la situación, pero las directrices
de la Federación comenzaron a pulular de nuevo en el fondo de su mente y,
finalmente, abandonó el intento. Prometiendo regresar pronto con regalos sin
precio, oferta a la que ella no prestó la menor atención, Randy reanudó su
exploración de la isla.
La línea costera volvió a producir una inclinación, y la
mujer no tardó en desaparecer tras él. La abundante hierba se desgarraba al
calor y el aire se estremecía con un olor picante que hizo acelerar la
velocidad de su sangre; junto a él, el océano despedía millones de reflejos
procedentes del cielo. Protegiéndose los ojos con las manos, observó, sin dar
crédito a lo que veía, a una nueva mujer que estaba echada sobre su cama de
terciopelo, ondulando su cuerpo con indudable delicia ante su aproximación. Podría
haber sido la hermana de la magnífica criatura que acababa de dejar: el mismo
pelo obscuro cayéndole en ondulaciones perfectas sobre la espalda, el mismo
caleidoscopio de delicadas luces y sombras recogido por la luz del sol y
extendido a lo largo de los suaves y flexibles miembros, el mismo aroma dulce
extendiéndose y atrayéndole sobre la hierba. Hasta llevaba una blusa similar,
aunque ésta era roja. Su textura era muy complicada, con diminutos diseños que
cambiaban y fluían a medida que él trataba de seguirlos con la mirada;
atractivos dibujos que le sugerían un simbolismo elusivo cuya comprensión se le
escapaba.
No sintiéndose inclinado a dudar de los regalos que el
destino ponía tan raramente en su camino, Randy se apresuró a acudir
reverentemente hacia el asombroso y hermoso fenómeno que lo esperaba. Una vez
más podía desechar las palabras, por ser totalmente innecesarias. Los ojos de
la mujer, profundos estanques violeta llenos de promesas, lo recibieron
agradablemente con una inequívoca invitación, reforzados por el cuerpo
complaciente y receptivo. Llegó a perder el sentido de sí mismo y se dejó
llevar hacia un frenesí de sensaciones que se mezclaron las unas con las otras,
hasta que una estrella nova pareció brillar ante él, y terminó por hundirse en
un estado somnoliento en el que cada movimiento y cada gesto de la mujer
parecía formar una parte de una comunicación oscura pero vital entre un extremo
del universo y el otro. Él se quedó mirando fijamente sus ojos, fascinado,
mientras un hálito de gloriosos colores formaba una espiral sobre el lecho, y
después tuvo que haberse quedado dormido, pues hubo un momento en que las
hierbas y las enredaderas que alfombraban la isla parecieron explorarle con sus
tentáculos, y en el que el musgo creció inconteniblemente bajo su espalda. El
sol parecía tener un dorado más profundo y había descendido bastante en el
cielo cuando Randy se remojó la cabeza en el océano y regresó, ya refrescado,
hacia donde se encontraba su deliciosa compañera.
Cerca de ella, sintió cómo se reavivaba su deseo con
tanta fuerza como si nunca hubiera quedado satisfecho, pero cuando trató de
acercarse más la encontró tan inflexible como un bloque de madera, mientras su
mirada permanecía fría y fija sobre el mar. Por mucho que lo intentó, fue
incapaz de despertar su interés por los saludables propósitos atléticos que
albergaba en su mente. Ella lo ignoró tan completamente que ni siquiera pudo
estar seguro de que ella entendiera lo que deseaba. Finalmente Randy decidió que
tendría que dejarla allí, con la esperanza de que al día siguiente se
encontraría en un estado de ánimo más tratable. Besó la boca inmóvil y
emprendió el camino de regreso a la nave.
Fue chapoteando en las aguas bajas, a lo largo de la
costa, mientras la arena se deshacía bajo sus pies y la brisa se agitaba por
entre la hierba y hacía mover las ramas de los árboles. La mujer que llevaba
puesta la blusa azul todavía estaba tomando baños de sol en el mismo lugar en
que él la dejara, y Randy se detuvo al borde del agua, sin saber muy bien si
debía saludarla con la mano y marcharse a toda prisa, o debía detenerse un
momento para hablar con ella de su experiencia.
Su perfume solucionó la cuestión. A medida que se fue
aproximando, dejándose dirigir de nuevo por su olfato, ella se movió y se
extendió y su sonrisa pareció penetrarle el cuerpo, sonando en su interior como
una verdadera orquesta. Ella lo atrajo con una urgencia irresistible y, una vez
más, él volvió a sentirse suspendido en el interior de ella, con un
incomprensible torrente de alegría y placer. Apartándole por completo la blusa,
se abandonó totalmente a una extraordinaria sinfonía de ritmos y caricias
eróticas. Era como si el propio planeta se hubiera abierto para tragarlo, con
la hierba y las gigantescas hojas verdes cerrándose sobre su cabeza.
El clímax pareció desparramarlo por todo el paisaje, como
fragmentos de una vaina que acabara de estallar. Durante un largo tiempo
permaneció allí, incapaz de moverse, con fantásticas visiones de seres extraños
y con una música extraordinaria bailándole a través de la mente. Los colores de
la tarde que se iba yendo se reunieron lentamente hasta formar una magnífica
puesta de sol, y cuando finalmente se puso de pie, ya estaba oscureciendo. La
mujer estaba echada en su lecho, encogida en sí misma, y él no pudo hacer nada
por despertarla. Renunciando de mala gana a llevarla a la nave, arriesgándose a
despertar las sospechas de la compañera sobre sus actividades ilegales,
extendió sobre ella la blusa y colocó algunas de las grandes hojas
aterciopeladas sobre su cuerpo, como una forma de protección contra la noche, y
reanudó su camino a través de la hierba.
La computadora estaba bastante pesada por haber sido
abandonada durante tanto tiempo, pero, después de alguna discusión, consintió
en apagar las luces. Randy se quedó dormido casi inmediatamente en su litera y
las cápsulas para dormir terminaron por deslizársele del pecho, donde las había
dejado, para caer al suelo.
Cuando se despertó a la mañana siguiente, la compañera
permaneció en extraño silencio, aunque las luces se encendían y apagaban aquí y
allá, en su consola. Los cuadrantes de información indicaban que la tarea de la
recarga química ya estaba completa, pero no aparecía ninguna indicación
respecto a que ya se habían hecho los cálculos necesarios para reanudar el
viaje. Preguntándose si debía echar un vistazo a la caja de fusibles, Randy se
dio cuenta de repente de que la puerta de la nave estaba completamente abierta,
poniendo al descubierto el mar, la arena y la luz del sol. El aire picante de
la isla le atrajo y él respondió con placer.
Allá afuera todo aparecía poblado. Los lechos verdes
estaban extendidos alrededor, al sol, cerca de la nave, pero también
desperdigados por la hierba en todas direcciones, cubriendo la isla, por lo que
podía apreciar Randy. Y sobre ellos permanecían reclinadas mujeres de todas las
descripciones, tamaños y colores. Todas ellas llevaban blusas del diseño que ya
le era familiar, con colores que comprendían todos los del arco iris, aunque,
sin duda alguna, el azul y el rojo eran los favoritos. Por lo demás, las mujeres
se parecían en el hecho de que todas ellas eran cegadoramente hermosas y en que
sus profundos ojos claros estaban fijos en Randy, como si sus vidas hubieran
sido especialmente construidas para este momento de éxtasis. Cuando él
apareció, una oleada de placer se extendió sobre la audiencia, y él creyó haber
escuchado a la propia isla suspirar en el estremecido silencio de la mañana.
Sus fans lo estaban esperando y había mucho que hacer allí. Su perfume lo llevó
hacia adelante.
Randy estuvo extremadamente ocupado varias horas. Brazos,
cuerpos y piernas lo agarraron como en una trampa de espesa y voluptuosa carne,
y el apetito y el placer se persiguieron el uno al otro con frenética urgencia.
Él se fue abriendo paso a través de la increíble plantación de piel bañada por
el sol, encontrándose con las blusas ya levantadas y con voluptuosas
bienvenidas, hasta que su respuesta se hizo demasiado dolorosa como para que
valiera la pena seguir haciendo el esfuerzo, mientras que las pausas entre los
encuentros se vieron ensombrecidas por incómodos sueños en los que todo su ser
se fragmentaba y parecía desmenuzarse hasta convertirse en arena, con una inescrutable
finalidad. Se felicitó confusamente a sí mismo por su realización, y al final
hasta llegó a confiar en la idea de que podría pasarse el resto de sus días sin
necesidad de dirigir sus ojos hacia otra forma femenina.
Librándose de las ansiosas filas de sus admiradoras, se
bañó y flotó en el cálido océano hasta que una modesta confianza regresó a sus
piernas, permitiéndole pensar que éstas podrían sostenerlo de nuevo.
Afortunadamente, las chicas no hicieron ningún intento por seguirlo, sino que
permanecieron adorándolo desde la orilla, ondulándose tristemente en sus lechos
de hojas. Randy comió alguna fruta y estuvo andando por el borde del agua,
manteniéndose fuera de su alcance, conservando siempre una sonrisa amable y
observando a las mujeres con mirada desapasionada, mientras se dedicaba a
pensar.
De repente, descubrió entre las que tomaban baños de sol
a la chica de la blusa azul que él había dejado envuelta en hojas la noche
anterior. Evidentemente la noche pasada no debió haber sido muy beneficiosa
para ella. Permanecía alejada de las demás, inmóvil sobre el lecho petrificado
y desgastado, y su blusa le caía sobre las piernas como si se tratara de un
sudario corrompido. La piel relumbrante que había brillado ante él el día
anterior, aparecía ahora pálida y apagada, aflojándose en algunos lugares para
crear huecos de demacración; su mata de pelo moreno se había coagulado,
formando una masa flácida y repelente. Horrorizado ante la aparente
consecuencia de sus atenciones, Randy se dirigió hacia ella; la compañera le
había asegurado que, en circunstancias normales, no podía haber ninguna
incompatibilidad entre las bacterias locales y la propia colección de Randy de
virus extragalácticos; pero las circunstancias se habían dispersado, yendo
mucho más allá de lo normal. Si aquella mujer tenía problemas, lo más probable
era que Randy también los tuviera.
En un primer movimiento automático de diagnóstico, Randy
le cogió la mano. Esta se partió inmediatamente, separándose de la aflojada
masa de su cuerpo y permaneciendo flácidamente en su propia mano, en forma de
una materia verdosa que goteaba por la muñeca separada. Los dedos se rompieron
y rezumaron en la palma de su mano, y el dedo gordo cayó al suelo, produciendo un
suave chapoteo. Apartando con una convulsión revulsiva el tejido corrompido, volvió
el rostro de la mujer hacia él. Se deshizo ante el contacto de su mano y sus dedos
se hundieron en la gelatina negra donde habían estado sus ojos.
Randy echó a correr a toda prisa, saltando
inconteniblemente a través de un paisaje lleno de encantadoras sonrisas. La
isla parecía agitarse bajo sus pies y el sol pegaba como un martillo sobre su
cráneo. Cuando llegó a la nave, iba arrastrándose y tuvo la impresión de que
estaba haciendo mucho ruido. Cayó a través del umbral de la puerta y bajó el
cierre de la escotilla.
La computadora recibió la confesión de Randy con el
máximo desprecio. Si al menos se hubiera molestado en estudiar toda la
información disponible antes de salir de la nave como un nudista yugoslavo (el
indudable ardor apócrifo de esta raza legendaria formaba la base de una de las
sagas más memorables del espacio), podría haber evitado, según la computadora, convertirse
a sí mismo en un tonto espectacular. Debió saber, añadió la compañera, que nada
era desconocido o imprevisible para las computadoras CMP DIRAC-deriv. Mk IV Astg.
multimedia, y que explosiones como la protagonizada por Randy no sólo no contaban
con ninguna esperanza de permanecer en secreto, sino que eran incluso tan
predecibles que hasta se podían calcular con toda exactitud, de acuerdo con
una, ahora probada, constante en la que x era igual a quince raíces cuadradas
de plus-luz, divididas simultáneamente por cero coma siete. Durante las horas
en las que Randy había dejado de cumplir con sus obligaciones, confirmó la
compañera, había tenido la oportunidad de preparar una tesis sobre este mismo
tema, demostrando una amplitud de visión tan extraordinaria que la compañera
estaba perfectamente convencida de que se le concederían los más elevados
honores intergalácticos cuando terminara el viaje. Con una tosecilla modesta,
la compañera desembuchó un volumen de seiscientas páginas de impresiones
computarizadas, elegantemente encuadernadas en piel, con bordes dorados. La
compañera sugirió que a Randy le podría interesar echar un vistazo a esta obra
que marcaría una época, mientras preparaba su propio informe para la Federación,
aunque, de todos modos, no sería probable que trataran su caso con mucha
simpatía si lo presentaba de acuerdo con su estilo normalmente inarticulado.
Introduciendo débilmente el libro en el reciclador, Randy
apretó el botón Bowman (el control de emergencia, conocido únicamente por el
piloto en las naves plusluz), y dejó que la computadora cantara canciones de
cuna durante media hora, mientras él consumía un tubo entero de pasta nerviosa
suavizante. Relajándose en la litera de control, volvió después a reajustar los
bancos de información de la computadora y evocó todos los hechos y referencias
disponibles sobre el planeta en el que se encontraban. La compañera había
dejado de informarle, desde luego, que el lugar ya había sido visitado con
anterioridad, de modo que, en lugar de la lista, normalmente corta, de
investigación aérea y de la información correspondiente, se disponía de
voluminosos informes técnicos y ecológicos, la mayor parte de los cuales
resultaban incomprensibles para el que no estaba especializado en el tema.
Todos los datos fueron pasando por la pantalla informativa, y Randy frunció el
ceño al observarlos, sin encontrar en ellos nada que lo pudiera ayudar. Las
deducciones biológicas que se habían establecido no parecían relacionadas en
modo alguno con sus propias experiencias, y sólo uno de los grupos de los
equipos de exploración había estado cerca, en alguna parte de las islas del
hemisferio norte, pero sus propósitos y conclusiones estaban relacionadas
simplemente con la botánica.
Después de presentar todos los textos principales, la
computadora comenzó a presentar las notas a pie de página y las addenda.
Haciendo que toda esta información pasara a una velocidad doble a la usual,
Randy estaba a punto de abandonar toda esperanza cuando una pequeña imagen
surgió repentinamente, como un débil acorde que volvió a desaparecer
inmediatamente. Hizo retroceder la información, y después se la quedó mirando
durante un largo rato. La ilustración, brillantemente iluminada, mostraba un
corte transversal de una flor, y el artículo que la acompañaba, situado bajo un
serio título latino, era un informe escrito por uno de los botánicos.
De las tres especies de Bacchantius que crecen en el planeta Rosy
Lee, la más inusitada es quizá la Gigantiflora. La planta es herbácea y
perenne, subsistiendo por medio de gruesos tubos almidonados. Florece
anualmente en las condiciones adecuadas y es un miembro de la familia Phorusorchidacae,
la familia local de las orquídeas. (Véase referencia Axaia, página 74.418
para la descripción de la evolución paralela de plantas floráceas de los mundos
del tipo E. Véase referencia Modoinisk, página 731.111 para parámetros
detallados de las condiciones del tipo E.) Normalmente, la Gigantiflora sólo
florece después de haber recibido los productos de desecho transportados por el
aire de las especies humanoides Gaggus gaggus, que habitan en el planeta
Rosy Lee. Los brotes tardan unos cinco meses en madurar, pero no requieren
ningún estímulo externo para iniciar la formación. Cuando se han desarrollado
por completo, permanecen adormilados bajo una gruesa capa de hojas verdes
aterciopeladas, una vez que la presencia de un humanoide ha despertado la
respuesta tendiente a la floración, los brotes se elevan de la noche a la
mañana por encima de las hojas y se abren justo antes del amanecer. Las flores
son enormes y poseen una configuración sorprendente. Los especímenes examinados
alcanzaban alturas que oscilaban entre los 1.3716 y los 1.8315 metros.
La fecundación se lleva a cabo por medio de la seudocopulación,
como sucede con muchas especies de plantas, pero es excepcional en este caso en
el que el agente fecundador es un macho Gaggus. Las flores son réplicas
exactas de las mujeres nativas, y toda su estructura, compuesta por sépalos y
pétalos unidos, es completa casi en cada uno de los detalles externos. Una de
las pocas diferencias visibles es la fibra, similar a un hilo, aunque robusta,
que emerge de la parte más pequeña de la zona posterior de la planta.
El pétalo, análogo al labio en otras orchidacae, es
primariamente de un brillante color rojo o azul, aunque a menudo se pueden
encontrar otros matices basados en estos colores. Ofreciendo el aspecto de una
especie de blusa corta, está unido al perigonio únicamente por una junta
diminuta situada en la nuca y puede ser apartada por completo sin producir
ningún daño aparente, aunque se marchita con rapidez.
Las flores tienen un aroma muy intenso, y aunque la
estructura química de éste aún tiene que ser determinada, se sabe que posee
pronunciadas propiedades alucinatorias y afrodisiacas, por lo que se piensa que
esto actuó originalmente para impedir que el Gaggus descubriera la
verdadera naturaleza de la mujer con la que, aparentemente, se encontraba. Bajo
la influencia del aroma, por ejemplo, el macho nota que los ojos de la planta
parecen vivos y móviles, cuando, en realidad, son la parte menos lograda de
toda la imitación.
Capaz de producir una serie bastante sofisticada de
movimientos mecánicos, así como de reacciones, la Gigantiflora, al ser
perturbada por un estímulo apropiado, emprenderá movimientos que se parecerán a
los efectuados por una coqueta primitiva. El macho nativo Gaggus es a
menudo completamente adicto a los placeres ofrecidos por estas flores, hasta el
punto de llegar a repudiar a su propia esposa. El Gaggus hembra, por su
parte, destruye estas plantas cada vez que las encuentra. Parece ser sostenible
la teoría de que la población de Rosy Lee se ha mantenido a un bajo nivel
debido al desperdicio de esfuerzo masculino en el cultivo de la Gigantiflora.
El polen se desarrolla ante el gineceo y forma un espeso
polvo en la zona “púbica” de la planta. Durante la seudocopulación, este polen
se adhiere al macho, y la próxima vez que éste se entretiene con una Gigantiflora
es transferido a la zona que rodea el “ombligo” de la nueva flor, que es,
en realidad, el estigma, completando así la fecundación o polinización.
Inmediatamente después de este proceso, la flor es capaz de evitar nuevos
intentos por parte del mismo macho, adoptando una postura rígida, de modo que
se evite así la autopolinización.
Las semillas de la planta son como polvo y vuelan muchos
kilómetros, atravesando incluso los océanos. En algunas de las numerosas islas
no habitadas del planeta, se pueden encontrar colonias enteras de plantas; como
el Gaggus no muestra tendencia a viajar, faltándole cualquier gran
incentivo o energía para hacerlo así, se supone que estas colonias nunca
alcanzan la fase de florecimiento. Cuando los miembros de la presente
expedición aterrizaron en una de tales islas, las flores aparecieron al segundo
día, en tan gran cantidad que se aproximaban a proporciones de infección,
proporcionando el mismo efecto que un burdel abarrotado. Como quiera que el
equipo estaba compuesto únicamente por mujeres, no fue posible juzgar el efecto
sobre un hombre, pero la vista, el olor y los vapores alucinatorios fueron de
tanta fuerza como para convencernos de que los efectos serían insuperables,
incluso para un hombre civilizado.
Tengo que confesar (añadía el informe, adoptando de
repente un tono personal) que, como botánico, las flores me parecieron
fascinantes, aunque como mujeres las encontré profundamente perturbadoras,
produciéndome casi una sensación de disgusto. Incluso cuando estaba cortando
fragmentos del pétalo del “rostro”, lo que representa un ejercicio bastante
inquieto, la parte inferior de la planta llevó a cabo varios intentos de
seducirme, a pesar de que, como bien sabíamos, únicamente los hombres pueden
poner en marcha el mecanismo de la polinización. El hecho de que, en las
regiones deshabitadas, las flores puedan reaccionar a las mujeres igual que a
los hombres, nos llevaría a la interesante especulación sobre medios
alternativos de polinización. Y aunque cada uno de los miembros de nuestro
equipo demostraba un gran disgusto por estas flores, no cabe la menor duda de
que algunas plantas colocaron sus semillas durante nuestra estancia en la isla,
a pesar de la imposibilidad de la autopolinización.
Sin duda alguna, en éste campo se puede llevar a cabo una
investigación posterior, pero aunque esto sería bastante divertido para los
especialistas, no se puede anticipar ningún valor particular de esta clase de
tarea. En botánica estamos familiarizados con los principios básicos de la seudocopulación,
estudiada con detalle en la Tierra durante el pasado siglo. (Referencia: Flores
salvajes del mundo, por Everard & Morley, reimpresión bajo la etiqueta
de Tesoros de la antigüedad: “La forma del labio, similar a un insecto,
y la fragancia de la flor en la Ophrys atrae a los machos de ciertos
insectos y les estimula para llevar a cabo intentos malogrados de copulación.
Durante esta seudocopulación, el insecto recoge diminutos granos de polen o
bien transfiere el polen a los estigmas. Algunas orquídeas tropicales han
demostrado igualmente poseer unos aromas particulares que excitan sexualmente a
los insectos”). En consecuencia, con todo lo anterior se recomienda un índice
de Prioridad de Investigación a un nivel situado en un simple grado Z.
Seguían algunos aspectos técnicos sobre la morfología y
la citología de la planta, pero Randy ya había leído suficiente. Su corazón le
dolía de latir con tanta fuerza, mientras un torrente de ideas y esquemas
cruzaban su mente con rapidez, y se dio cuenta de que el hipnocondicionamiento
por el que había pasado a través del sector X113 iba a tener al fin la
posibilidad de rendir frutos, gracias a su excepcional agotamiento. En rápidos
fogonazos de inspiración, se dio cuenta de que estaba destinado a convertirse
en el mayor jardinero jamás conocido. Cogió un desarmador y comenzó a trabajar.
El resto, desde luego, es historia. Randy esperó en Rosy
Lee el tiempo suficiente para recoger diez vainas de semillas a las que él se
refirió posteriormente en su autobiografía como su descendencia, y al cabo de
unos pocos meses apareció en el planeta “seco” Bergia (donde la prostitución es
ilegal), como el propietario de “Los jardines del placer de Rosy Lee”. El
escándalo llegó a producir un juicio que obligó a presentar un espécimen
magnífico de Bacchantius Gigantiflora ante el encantado juez, y todas las
acusaciones fueron rechazadas. Las noticias se extendieron por toda la galaxia
y con ello Randy logró hacer una verdadera fortuna. Fue capaz de lograr la
compra, sin precedente, de una nave plus-luz, de la que él fue propietario. El
trato lo hizo con la misma Federación, y la nave estaba dotada de su
correspondiente compañera.
Siendo el viaje plus-luz tan complicado como es, había
muy pocas personas capaces de seguirle las huellas hasta el planeta en el que
Randy recogía sus suministros, pero quienes lograron llegar a las islas de Rosy
Lee dijeron que sólo encontraron allí zonas desérticas, cubiertas de baja
maleza y acantilados pelados. El lugar, según dijeron, tenía una atmósfera de
terror, y se sintieron contentos de marcharse de allí; la población Gaggus, sin
embargo, pareció no sentirse perturbada en lo más mínimo, a pesar de la extraña
preferencia por parte de los machos por una especie de coliflor que emitía un
hedor insoportable, similar a pulpa corrompida.
Parece que Randy y su desarmador, llevados hasta las
máximas alturas de la creatividad por el hipnocondicionamiento que atravesaba
su cerebro, logró que la compañera de la nave alcanzara nuevos niveles de
realizaciones químicas. Cuando la computadora terminó con Rosy Lee, la brisa
afrodisiaca que se extendía por el planeta había adquirido un matiz que pasó inadvertido
para los Gaggus, pero que llenaba los sentidos humanos de la más fuerte
revulsión. De este modo, Randy y su camada conservan un cómodo monopolio. La
compañera también demostró ser una maestra sin rival posible; las chicas de los
“Jardines del placer”, que se han convertido ahora en una atracción universal,
son renovadas tanto en su conversación seductora como en cuanto a sus habilidades
físicas. Naturalmente todas ellas son expertas en música adormecedora. Y las
deformaciones híbridas desarrolladas con la ayuda de la computadora se hacen
más deliciosas de año en año, especialmente cuando se trata de aquellos
especímenes de elevado valor que tienen reputación de parecerse a famosas
bellezas del pasado. El convulsionador Cleopatra, el frenesí a lo Bardot, y el
paralizador Lazo de Amor, han pasado a la leyenda.
Esta es, chicas, la historia del famoso horticultor Randy Richmond,
conocido en toda la galaxia como “mister Dedos Verdes” (aunque, según tengo
entendido, los pilotos plus-luz tienen una versión ligeramente diferente).
¡Vigor para su abono y que su spray nunca se acabe! Y ahora, adentro. Otro
grupo de visitantes acaba de detenerse ante nuestra casa verde.
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