Yobany García Medina
La habitación está casi vacía, sólo hay en escena un hombre viejo sentado
frente a un escritorio con un montón de libros encima. Arriba de aquel hombre se
halla una ventana entreabierta, por ese espacio pasa la luz de la luna y ésta apenas
ilumina la mano del viejo. La mano casi en automático comienza a escribir.
–Buenas noches –profiere una voz muy tenue dentro de
la habitación.
–¿Quién es? –pregunta el viejo sin despegar la vista
del papel. (Está tan acostumbrado a mis interrupciones que no le da importancia
al saludo. Nadie contesta a su pregunta y me veo forzado a reformularla).
–¿Eres tú, verdad? –el aire empuña los dedos y abre
la ventana de un golpe, ésta choca una y otra vez arrítmicamente.
–Nunca más –una voz replica casi murmurando y el viejo
suelta el bolígrafo, incrédulo, voltea para todos lados. (Posa sus ojos en la ventana
y espera hallar un pájaro o algo parecido).
–¡Qué original, eso ya lo escribieron! –declara burlonamente.
(Me río de su perspicacia mientras lo obligo a preguntar de nuevo).
−¡¿Quién eres?! –su vieja voz se entrecorta de puro
coraje–. Ya no aguanto tus interrupciones, ¡déjame escribir!
–¡Nunca más! –la voz arrecia y el papel que está sobre
el escritorio cae al suelo, muy lejos de él. (La situación también me intriga).
–¡Oh, que la chingada, déjame terminar! –grita con suma
desesperación.
–¡Nunca más! –(No sé de dónde proviene, ni entiendo
la insistencia de esa respuesta). Enseguida, de entre las sombras se estira una
mano y recoge el cuento. La luz se calla y la ventana deja de golpetear.
–¡Déjame escribir, cabrón!
Nunca más, el lugar está casi vacío, sólo hay en escena
un hombre viejo sentado frente a un escritorio con un montón de libros…
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