lunes, 29 de abril de 2024

Veinte siglos después

Lilian Elphick

 

Arriba de su Lamborghini descapotable blanco, Julio César Avendaño Avendaño recibe los vítores del pueblo. ¡Viva Julito!, gritan las mujeres; ¡gracias, compañero!, vocean los hombres. Una lluvia de papeles de colores se posa en las hombreras de su saco Armani.

Julio César Avendaño Avendaño infla su pecho de un orgullo desconocido; hace unos años era un pobre traficante y ahora es un gran, grandísimo mercader que vuelve a su pueblo, hundido en la miseria. Lanza monedas de oro a la multitud enfervorizada.

–Recuerda que eres mortal –le susurra una mujercilla, casi una sombra.

–¿Eres tú, mamá? –pregunta Julio César.

Antes de que la mujer conteste que sí, Julito, soy tu mamá, vayámonos a casa y yo te daré cerdo a las brasas; bueno, no te vas a dar ni cuenta de la diferencia, el fuego arregla todo, mal que mal el gato estaba lleno de pulgas y de un solo guadañazo lo destripé; antes de que diga pío la flaca pelá, una bala loca entra por el bolsillo superior izquierdo del Armani, descosiendo el borde pespunteado en seda y tiñendo de rojo el clavel tan varonil de Julio César Avendaño Avendaño.

 

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