Julio Cortázar
Como
la clínica donde se ha internado Lucas es una clínica de cinco estrellas, los-enfermos-tienen-siempre-razón,
y decirles que no cuando piden cosas absurdas es un problema serio para las enfermeras,
todas ellas a cuál más ricucha y casi siempre diciendo que sí por las razones que
preceden.
Desde luego no es posible acceder al pedido
del gordo de la habitación 12, que en medio de plena cirrosis hepática reclama cada
tres horas una botella de ginebra, pero en cambio con qué placer, con qué gusto
las chicas dicen que sí, que cómo no, que claro, cuando Lucas que ha salido al pasillo
mientras le ventilan la habitación y ha descubierto un ramo de margaritas en la
sala de espera, pide casi tímidamente que le permitan llevar una margarita a su
cuarto para alegrar el ambiente.
Después de acostar a la flor en la mesa de
luz, Lucas toca el timbre y pide un vaso de agua para darle a la margarita una postura
más adecuada. Apenas le traen el vaso y le instalan la flor, Lucas hace notar que
la mesa de luz está abarrotada de frascos, revistas, cigarrillos y tarjetas postales,
de manera que tal vez se podría poner una mesita a los pies de la cama, ubicación
que le permitiría gozar de la presencia de la margarita sin tener que dislocarse
el pescuezo para distinguirla entre los diferentes objetos que proliferan en la
mesa de luz.
La enfermera trae enseguida lo solicitado y
pone el vaso con la margarita en el ángulo visual más favorable, cosa que Lucas
agradece haciéndole notar de paso que como muchos amigos vienen a visitarlo y las
sillas son un tanto escasas, nada mejor que aprovechar la presencia de la mesita
para agregar dos o tres sillones confortables y crear un ambiente más apto para
la conversación.
Tan pronto las enfermeras aparecen con los
sillones, Lucas les dice que se siente sumamente obligado hacia sus amigos que tanto
lo acompañan en el mal trago, razón por la cual la mesa se prestaría perfectamente,
previa colocación de un mantelito, para soportar dos o tres botellas de whisky y
media docena de vasos, de ser posible esos que tienen el cristal facetado, sin hablar
de un termo con hielo y botellas de soda.
Las chicas se desparraman en busca de estos
implementos y los disponen artísticamente sobre la mesa, ocasión en la que Lucas
se permite señalar que la presencia de vasos y botellas desvirtúa considerablemente
la eficacia estética de la margarita, bastante perdida en el conjunto, aunque la
solución es muy simple porque lo que falta de verdad en esa pieza es un armario
para guardar la ropa y los zapatos, toscamente amontonados en un placard del pasillo,
por lo cual bastará colocar el vaso con la margarita en lo alto del armario para
que la flor domine el ambiente y le dé ese encanto un poco secreto que es la clave
de toda buena convalecencia.
Sobrepasadas por los acontecimientos, pero
fieles a las normas de la clínica, las chicas acarrean trabajosamente un vasto armario
sobre el cual termina por posarse la margarita como un ojo ligeramente estupefacto
pero lleno de benevolencia. Las enfermeras se trepan al armario para agregar un
poco de agua fresca en el vaso, y entonces Lucas cierra los ojos y dice que ahora
todo está perfecto y que va a tratar de dormir un rato. Tan pronto le cierran la
puerta se levanta, saca la margarita del vaso y la tira por la ventana, porque no
es una flor que le guste particularmente.
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