Wimpi
Licinio Arboleya estaba de mensual en las casas del viejo Críspulo
Menchaca. Y tanto para un fregado como para un barrido.
Diez pesos por mes y mantenido. Pero la manutención
era, por semana, seis marlos y dos galletas. Los días de fiesta patria le daban
el choclo sin usar y medio chorizo.
Y tenía que acarrear agua, ordeñar, bañar ovejas,
envenenar cueros, cortar leña, matar comadrejas, hacer las camas, darles de
comer a los chanchos, carnear y otro mundo de cosas.
Un día Licinio se encontró con el callejón de los
Lópeces con Estefanía Arguña y se le quejó del maltrato que el viejo Críspulo
le daba. Entonces, Estefanía le dijo:
–¿Y qué hacés que no lo plantás? Si te trata así,
plantalo. Yo que vos, lo plantaba…
Esa tarde, no bien estuvo de vuelta en las casas,
Licinio –animado por el consejo del amigo– agarró una pala, hizo un pozo,
planto al viejo, le puso una estaca al lado, lo ató para que quedara derecho y
lo regó.
A la mañana siguiente, cuando fue a verlo, se lo habían comido las
hormigas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario