Evelio José Rosero
Una vez llamó a su casa, por teléfono, y se
contestó él mismo. No pudo creerlo y colgó. Volvió a intentarlo y nuevamente
volvió a escuchar su propia voz, respondiendo. Entonces tuvo el coraje de
preguntar por él mismo y su propia voz le dijo que no siguiera insistiendo
porque él mismo nunca más iba a volver. “¿Con quién hablo?”, preguntó, por fin,
y escuchó, anonadado, lo que nunca debió oír. ¿Qué escuchó? Nadie lo sabe, pero
debió ser algo terrible porque él no pudo controlar la carcajada creciente,
asfixiándolo. Al día siguiente los periódicos no registraron la noticia, cosa
lamentable si se tiene en cuenta que todo periodismo de verdad consiste en ir
más allá de lo aparente, hacia la verdad total, y más si el hecho tiene que ver
acaso con un problema de orden metafísico en la compañía de teléfonos. Usted
mismo podría indagar la realidad de este suceso, exponiéndose –eso sí, por su
propio riesgo– a que todos los teléfonos se confabulen una tarde contra usted y
lo silencien, definitivamente.
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