Julio Cortázar
El verba volant
les parece más o menos aceptable, pero lo que no pueden tolerar es el scripta
manent, y ya van miles de años
de manera que calcule. Por eso aquel mandamás recibió con entusiasmo la noticia
de que un sabio bastante desconocido había inventado el tirón de la piolita y se
lo vendía casi gratis porque al final de su vida se había vuelto misántropo.
Lo recibió el mismo día y le ofreció té con tostadas, que es lo que conviene ofrecer
a los sabios.
–Seré conciso
–dijo el invitado–. A usted la literatura, los poemas y esas cosas, ¿no?
–Eso, doctor –dijo
el mandamás–. Y los panfletos, los diarios de oposición, toda esa mierda.
–Perfecto, pero
usted se dará cuenta de que el invento no hace distingos, quiero decir que su propia
prensa, sus plumíferos.
–Qué le vamos
a hacer, de cualquier modo salgo ganando si es verdad que.
–En ese caso –dijo
el sabio sacando un aparatito del chaleco–. La cosa es facilísima. ¿Qué es una palabra
sino una serie de letras, y qué es una letra sino una línea que forma un dibujo
dado? Ahora que estamos de acuerdo yo aprieto este botoncito de nácar y el aparato
desencadena el tirón que actúa en cada letra y la deja planchada y lisa, una piolita
horizontal de tinta. ¿Lo hago?
–Hágalo, carajo
–bramó el mandamás.
El diario oficial,
sobre la mesa, cambió vistosamente de aspecto; páginas y páginas de columnas llenas
de rayitas como un morse idiota que solamente dijera – – – – –.
–Échele un vistazo
a la enciclopedia Espasa –dijo el sabio, que no ignoraba la sempiterna presencia
de ese artefacto en los ambientes gubernativos. Pero no fue necesario porque ya
sonaba el teléfono, entraba a los saltos el ministro de cultura, la plaza llena
de gente, esa noche en todo el planeta ni un solo libro impreso, ni una sola letra
perdida en el fondo de un cajón de tipografía.
Yo pude escribir
esto porque soy el sabio, y además porque no hay regla sin excepción.
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