Julio Cortázar
Odian
de tal manera a la tía Angustias que se aprovechan hasta de las vacaciones para
hacérselo saber. Apenas la familia sale hacia diversos rumbos turísticos,
diluvio de tarjetas postales en Agfacolor, en Kodachrome, hasta en blanco y
negro si no hay otras a tiro, pero todas sin excepción recubiertas de insultos.
De Rosario, de San Andrés de Giles, de Chivilcoy, de la esquina de Chacabuco y
Moreno, los carteros cinco o seis veces por día a las puteadas, la tía
Angustias feliz. Ella no sale nunca de su casa, le gusta quedarse en el patio,
se pasa los días recibiendo las tarjetas postales y está encantada.
Modelos de tarjetas: “Salud, asquerosa,
que te parta un rayo, Gustavo”. “Te escupo en el tejido, Josefina”. “Que el
gato te seque a meadas los malvones, tu hermanita”. Y así consecutivamente.
La tía Angustias se levanta temprano para
atender a los carteros y darles propinas. Lee las tarjetas, admira las
fotografías y vuelve a leer los saludos. De noche saca su álbum de recuerdos y
va colocando con mucho cuidado la cosecha del día, de manera que se puedan ver
las vistas pero también los saludos. “Pobres ángeles, cuántas postales me
mandan”, piensa la tía Angustias, “ésta con la vaquita, ésta con la iglesia,
aquí el lago Traful, aquí el ramo de flores”, mirándolas una a una enternecida
y clavando alfileres en cada postal, cosa de que no vayan a salirse del álbum,
aunque eso sí clavándolas siempre en las firmas vaya a saber por qué.
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