Fernando Iwasaki
Llegué
sin reserva porque para eso soy cliente habitual, pero no quisieron darme la
única habitación que les quedaba. A regañadientes me entregaron la llave y se
ofrecieron a buscarme una suite en otro hotel de la cadena, mas yo estaba muy
cansado y subí sin hacerles caso.
La decoración no era la misma de las otras
habitaciones: las paredes estaban llenas de crucifijos y los espejos apenas
reflejaban mis movimientos. Recién cuando me eché en la cama reparé en la
pintura del techo: un Cristo viejo y enfermo que me miraba sobrecogido. Me
dormí con la inexplicable sensación de sentirme amortajado.
Un clavo de frío me despertó, y junto a la cama una
mujer de niebla me dijo con infinita tristeza: “¿Por qué has sido tan
imprudente? Ahora te quedas tú”. Desde entonces sigo esperando que venga otro,
para despertarlo con mis dedos de hielo y poder dormir de una vez.
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