Eva Sánchez Palomo
Muy al norte de Brasil, en
lo más recóndito de la jungla amazónica, entre el verde exuberante, la quietud y
el silencio interrumpido por los gritos de los titís, juega un grupo de niños yanomamis.
El más mayor de
ellos, con el cuerpo decorado de pinturas rituales, boca y nariz atravesadas por
pequeñas flechas de palmera, corre perseguido por los demás niños frente a la choza
inmensamente circular de su tribu. Sus pies descalzos golpean el suelo repleto de
ramas cortadas mientras se mueve imitando a la perfección el movimiento y el sonido
de un tren de mercancías. Los demás niños avanzan detrás de él, como pequeñas vagonetas
sin descanso.
Lo espeluznante
de la escena no es la inocencia de los niños, sino comprender que allí, en la selva
sin caminos, en esa vorágine verdosa, en ese inaccesible laberinto de flora retorcida;
es absurdo ni siquiera concebir la existencia de vías, estaciones, ni, mucho menos,
tren.
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