Daniela Bojórquez
Caminas por la calle en viernes
y te encuentras de frente a un muchacho con alas de ángel que pide por favor, préstame
tu mano; y mientras te mira dulce, ata en tu muñeca un listón rojo que lleva escrito
Love is love: tú te dejas y él te lo pone y de pronto no hay de otra sino voltear
a verlo, sonreírle, decir gracias y pensar “qué bonito listón rojo”. Te acuerdas
–entonces– de tu cabello peinado hacia atrás en una cola de caballo (cuando ibas
a la primaria) y cuando los niños más grandes te jalaban el pelo y no decías nada,
sólo cuando el peinado se soltaba completamente, y un listón ancho quedaba tirado
en el patio a merced de los pies y el lodo de mediodía de martes o de jueves, cuando
ni siquiera había, como hoy, la esperanza del fin de semana o la posibilidad de
que pensaras algún día se acabará la primaria y seré grande.
Mientras cruzas la calle y miras hacia atrás al joven
que colocó un listón en tu muñeca, viene a tu mente la caja de chocolates con forma
de corazón, que no sabían deliciosos, pero qué momento tan grande cuando él te los
regaló a la vista de todos, y más cuando frente a los oídos también de todos dijo
te quiero y tú sentiste como que algo cambiaba en ti en ese instante, mientras deshacías
el moño rojo con aquella sensación que hace mucho has perdido: será que ya no estás
en la secundaria y menos en la primaria y las cosas quizá no son tan fáciles o ya
no es tan fácil para ti notarlas.
En fin, vas más lejos, mucho antes del listón en la
cabellera o de la bolsa con los primeros chocolates de noviecito: antes, cuando
la abuela y su caja de chácharas que contenía hilos de todos los tonos y matices
y entre ellos, listones que nunca utilizaba: piensas en antes, en esas tardes, en
particular te acuerdas de una cuando decidiste ir de manera clandestina por la cajita
y sacar los hilos y los estambres y las agujas y hacer con los listones una línea
de colores que casi atravesara el jardín para luego jugar a brincar la cuerda con
ella: fue un problema porque no pesaba tanto como una cuerda y el viento la movía
de un lado para otro y resultaba imposible para ti y tus dos amigas darle la vuelta
a la línea de seda de colores y brincarla; además de que por su naturaleza era difícil,
también tuvo que ver que el anciano vecino hubiera estado haciendo algo extraño
en la terraza con vista al jardín, y entonces la abuela, con razones que nunca se
entendieron, les hubiera pedido urgente métanse a la casa; ahora prefieres no pensar
en ello, porque en este momento necesitas concentrarte en atravesar las dos grandes
avenidas ante la mirada de los policías de tránsito, miradas lujuria que siempre
te han inquietado y mientras, piensas listones que te remiten al de tu cola de caballo,
al de la caja de chocolates, al que no pudo convertirse en cuerda y también al atado
al cuello del oso de peluche que ¿cuándo? dejaste de ver –hay cosas que hace mucho
se perdieron y no sabes cómo, o no puedes precisar cuál fue la última vez que estuvieron
ante tus ojos–. Esa cinta que adornaba al oso era lo más parecido a la que ahora
pende de tu muñeca: era más o menos así de ancha y del mismo rojo, porque aunque
digan que el rojo es rojo aquí y en donde sea, hay matices, y este matiz es igual
al del listón del oso de juguete que quién sabe cómo se llamaba, pero que te acompañó
durante muchas noches cuando te sentías sola o sin amigas o cuando tenías miedo
del vecino haciendo cosas raras en la terraza que daba al jardín: lo único que recuerdas
es su mano moviéndose con cierto ritmo y la intensa expresión de ojos vacíos y boca
abierta en la penumbra cuando te volteaba a ver; ese gesto no lo habías visto en
nadie más sino hasta después: era una expresión similar a la del agente que miraba
a tu abuela con lascivia mientras tú te concentrabas en algo que era como un listón
pero más ancho: era de plástico y en vez de tener inscrito Love is love,
decía Precaución no pasar; esa banda estaba colocada en medio del tránsito,
habían acordonado un trecho mientras abuela aguantaba la mirada insolente del policía
que le preguntó ¿lo reconoce? Fue entonces cuando tu abuela se derrumbó en lágrimas
mientras a ti se te grababa el letrero Precaución no pasar, y detrás de la
leyenda se te quedaba la imagen del cuerpo inerte de tu tío y la cinta de sangre
que salía de su cabeza: entonces usabas cola de caballo atada con un moño rojo de
listón como el que miras ahora: un muchacho alto y con alas de cartón se los ha
puesto a las jóvenes que han pasado por el cruce de estas dos avenidas, muchachas
a las que los listones rojos les recuerden algo o no, son muy probables compradoras
del nuevo perfume floral con esencias orientales y un leve toque cítrico, cuya frase
publicitaria de la temporada es Love is love y lleva el nombre Red Ribbon.
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