Svetlana Aleksiévich
Dunia Gólubeva, once años
Actualmente es ordeñadora
La
guerra… Pero había que seguir arando…
Mi madre, mi hermana y mi hermano se
fueron al campo. A sembrar lino. Se fueron, y menos de una hora después unas
mujeres vinieron corriendo.
–Dunia, a los tuyos los han acribillado a
balazos. Allí están, en el campo…
Mi madre estaba tirada encima del saco,
del saco iban cayendo semillas. Las balas habían dejado un montón de agujeros…
Me quedé sola con mi sobrino recién
nacido. Mi hermana había dado a luz hacía poco, su marido se había unido a los
partisanos. Y yo con ese pequeño…
Yo no sabía cómo se ordeñaba la vaca. La
pobre mugía en el establo, sentía que su dueña no estaba. El perro aullaba toda
la noche. Y la vaca…
El bebé pedía… Pedía pecho… Leche… Me
acordé de cómo lo amamantaba mi hermana… Le puse mi pezón en la boca, él
chasqueaba los labios y se quedaba dormido. Yo no tenía leche, pero el
pobrecito, de esforzarse tanto, se cansaba y caía dormido. ¿Dónde se había
resfriado? ¿Cómo había enfermado? Yo era pequeña, ¿cómo iba a saber qué hacer?
Tosía y tosía. No había comida. Los policías se habían llevado la vaca.
Y el niñito murió. Gemía, gemía y murió.
Lo oí: se hizo el silencio. Levanté los trapos y ahí estaba él, todo negro; sólo
tenía la carita blanca, limpia. La cara era blanca y lo demás negro.
Era de noche. Por las ventanas se veía
todo oscuro. ¿Adónde podía ir? Decidí esperar a la mañana, por la mañana
avisaría a alguien. Me quedé allí sentada, llorando, porque no había nadie más
en la casa, ni siquiera aquel bebecito pequeño. Empezó a salir el sol; lo metí
en un cofrecito… Nos quedaba el cofrecito del abuelo, allí guardaba las
herramientas; un cofrecito pequeño como un paquete de correos. Yo tenía miedo
de que vinieran los gatos o las ratas y lo mordisquearan. Estaba allí, tan
pequeño, más pequeño que cuando estaba vivo. Lo envolví en una toalla limpia.
Una de lino. Y lo besé.
El cofrecito era justo de su medida…
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